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Perdidos y perseguidos

La última novela de José Ovejero presenta unos pocos personajes de comportamientos impredecibles que se mueven en un espacio más o menos apocalíptico sin apocalipsis

La última novela de José Ovejero, Los ángeles feroces, propone una lectura distorsionada de dar vueltas y transitar por una ciudad “sin nombre”, con unos pocos personajes de comportamientos impredecibles que se mueven en un espacio más o menos apocalíptico sin apocalipsis, de resistencia y delación en barrios destruidos, una realidad que parece futura y pertenece al ahora mismo. Todo aquí se reconoce y resulta a la vez extraño. Se compone de 14 capítulos con epígrafes que podrían conformar una poética de la demolición, todos llamados ‘Del cuaderno de AM’; y AM, en efecto, es el narrador, pero no siempre queda claro que lo sea; parece más bien un foco iluminando distintas estampas urbanas con sospechosa frialdad, en las que también él queda incluido, y que no se resiste a apelar al lector o cimbrear airosamente la tangente: “Esta es la novela de AM, de Alegría, Cástor, Arnoldo, alguno más. Y apenas hemos querido entresacar algunos momentos de sus vidas; ni siquiera hemos caído en la tentación de hacer mucha psicología. Para qué”. Esto se dice mediada la novela, y lo que queda de esa deriva es el “para qué”, que se traba a la atención del lector y continuará asediándolo hasta el final. Pues, si no es una novela psicológica, también se nos previene que no vamos a adentrarnos “en los territorios de la ciencia ficción. Ni siquiera de la ficción”.

¿Se puede, pues, confiar en el narrador AM, en el personaje AM, en el testimonio de sus cuadernos? Lo cierto es que lo que sucede parece dominado por la descripción de movimientos rutinarios con especial esmero en la desconfianza de los vínculos afectivos, en la falta de consistencia, aunque sin caer en una angustia, gracias al virtuosismo del autor, que recrea la ansiedad como un paisaje común. Tiene, no obstante, un hilo conductor, cuya peripecia no se subordina a la intriga: la chica llamada Alegría (para su padre, “técnicamente, una mutante”) posee una sangre especial, con la que envejece a un ritmo más lento y que la hace inmune a la enfermedad. Mientras AM quiere protegerla, Cástor, político en descrédito, pretende aprovechar su prodigio para esperanzar a la ciudadanía, y Arnoldo, el Loco, devoto de la Santa Muerte, entregársela a su ídolo que no soporta esa variedad del milagro.

Pero este motivo argumental se ancla en la narración como señal para que el lector no pierda la perspectiva de un mundo en el que todos los personajes parecen extraviados, sin saber qué hacer con su vida, ya que no hay acción que no se vea amenaza de no existir. La novela progresa acumulando descripciones, en un alarde de construcción de una realidad fragmentada y en desuso que parece proponer que esa es precisamente la imagen de la actualidad, una civilización experta en el control, que no admite la disidencia, donde nadie puede decir “soy el artífice de mi fortuna”, y donde incluso los personajes, antes del final, huyen de esta novela, porque “no habría nadie aquí que les diese protección o cobijo”.

Los ángeles feroces. José Ovejero. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 420 páginas. 20,50 euros.

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