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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los prodigiosos años setenta

Diego A. Manrique

Son terribles los tópicos. Resisten como garrapatas: todavía leemos que los Sex Pistols fueron la respuesta juvenil a las políticas de Margaret Thatcher (el grupo se había desintegrado un año antes de que la Dama de Hierro ganara las elecciones de 1979). También puedes toparte con esa otra simpleza que explica la eclosión del punk británico como “una reacción contra el rock progresivo”.

¡Fantástica ignorancia! Primero, con pocas excepciones, el prog rock no tenía una presencia masiva. Segundo, hacia 1976 —cuando emerge el punk londinense— el prog estaba de capa caída. Lo de “capa caída” es pertinente: Rick Wakeman había presentado The myths and legends of King Arthur and the Knights of the Round Table como un espectáculo sobre hielo en el Wembley Arena, ante el cachondeo general. Tercero, la antipatía por el prog no era unánime: Johnny Rotten defendía públicamente a Van der Graaf Generator.

Cuando el punk se codificó, brotó una terrible demagogia. Pasado el fragor de The Clash, Joe Strummer enrojecía cuando se le recordaba que había proclamado 1976 como el Año Cero. Aparte del desagradable eco del genocidio camboyano, Strummer pretendía demonizar la mayor parte del rock hecho anteriormente. Ocurre que los años setenta fueron extraordinariamente fértiles.

En el periodo 1970-1976, se consolidan el heavy metal, el jazz-rock, el funk y el country rock. Surgen propuestas tan hedonistas como el glam y la disco music. Impactan el reggae jamaicano y la salsa neoyorquina; los más listos descubren el afrobeat de Fela Kuti. Motown revive con la emancipación de Stevie Wonder y Marvin Gaye. James Taylor y Carole King popularizan el modelo del cantautor introspectivo. Coincidiendo con el esplendor del kraut rock germano, en muchos países se explora el concepto del rock con raíces autóctonas. El mismo punk rock fue anticipado en Nueva York por los Dolls y los Ramones; en Londres, el modesto pub rock rechazaba explícitamente los aparatosos montajes escénicos y el distanciamiento entre intérpretes y oyentes.

¿No resulta suficientemente apabullante? Añadamos grupos y solistas que son un género en sí mismos. Un David Bowie en estado de perpetua metamorfosis, pero también Kraftwerk y Steely Dan, el Tom Waits beatnik y el George Clinton psicodelizado.

Aunque parezca improbable, las discográficas mantenían artistas que daban números rojos en los balances contables. Lo hacía la Warner californiana con Randy Newman, Van Dyke Parks o Jimmy Webb, igual que Island Records con Nick Drake o EMI con Roy Harper.

Solo hay una faceta en la que cuesta defender a los primeros años setenta: el look. Es decir, los peinados, las indumentarias, los calzados. Efectivamente, ahí sí que se puede decir que fue una década de estilos, ejem, desafortunados. Hagan como yo: quemen las fotos de los setenta. Sin excepciones.

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