Trump, Orban, Albiol...
Son la cara visible de un mal que cuesta extirpar y que también se apellida Le Pen en Francia, ahora Salvini en Italia o Albiol en Badalona.


Mientras los máximos dirigentes europeos se llevaban las manos a la cabeza por los constantes desafíos de Tsipras y Varoufakis en Grecia, resulta que en sus mismas fronteras Viktor Orban levantaba tan pancho en Hungría un muro para contener la inmigración procedente de Serbia. ¿Y no ha surgido ni una brizna de debate sobre si un Estado con un fascista electo para su Gobierno que comete un acto tal merece o no ser digno miembro de la Unión?
Pincho en YouTube y encuentro apenas resquicios del asunto en Euronews o canales latinos como Tele Sur. No parece asunto de rasgarse las vestiduras para las grandes cadenas. Ni aunque las imágenes del maldito y vergonzante alambre de espino que el burdo Orban quería inaugurar arreando ayer simulen perfectamente una pestilente metáfora de la ignominia en nuestras tripas.
Sí puede usted encontrar todo tipo de ángulos sobre la machada de Donald Trump, expulsando con su tinte rubiaco de bestia anglosajona la insolencia del periodista Jorge Ramos al querer preguntar. “Vuélvete a Univision”, suelta el rugiente cuatrero. Ku Klux Klan sin capucha para los hispanos. Luego esparce su cinismo tras haberle mandado al gorila con su mirada de chacal: “No sé quién es”.
Campan sin rienda de un lado a otro del estiércol. Son la cara visible de un mal que cuesta extirpar y que también se apellida Le Pen en Francia, ahora Salvini en Italia o Albiol en Badalona. La bacteria cutánea de los fascismos brota entre el frágil caldo de cultivo de sociedades tendentes a análisis ligeros y aparentes verdades sin espejos. Demasiado complacientes con discursos simplones, calcados de la panoplia hitleriana. Del otro lado, millones de seres sin patria ni posible dignidad deslegitiman su verborrea pidiendo paso. Ojalá lo encuentren. Me gustaría creer que sobra espacio para un futuro sin ogros.
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