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ARQUITECTURA

“La cultura visual nos esclavizó”

Aprendiendo a construir, los miembros del estudio H Arquitectes han dado con un tipo de construcción lógica, cálida y culta que parece a prueba de crisis.

Anatxu Zabalbeascoa
Casa 1014, obra de H Arquitectes, en Granollers (Barcelona)
Casa 1014, obra de H Arquitectes, en Granollers (Barcelona)adrià goula

La H delante de Arquitectes se la pusieron como advertencia, “está pero no se oye”, para plantarle cara al ego habitual en la profesión. Xavier Ros (Sabadell, 1972), Roger Tudó (Terrassa, 1973), David Lorente (Granollers, 1972) y Josep Ricart (Cerdanyola, 1973) eligieron el paso atrás. Pero de firmar viviendas han pasado a levantar el Centro de Paleontología de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde demuestran que lo grande puede hacerse con la dedicación de lo pequeño.

Se conocieron en la Escuela de Arquitectura del Vallés. Como Barcelona estaba colapsada se instalaron en Sabadell, a 40 minutos en tren, porque la abuela de Ros les dejó un local. Corría el año 1998. Uno después alquilaron un espacio mayor cercano. Allí reciben a EL PAÍS.

La clave de su arquitectura es que refleja las horas que le dedican. No es que esté minuciosamente ornamentada: está cuadrada, con todo en su sitio. Nada sobra ni falta. Así, aunque no tengan un sello formal, lo tienen de factura. Tienen también una norma: “No se puede defender lo que es un puro deseo o no tiene una razón de ser”. “Ni justificaciones formales ni teorías intelectuales”, explica Tudó. “Hablamos más que dibujamos”. “En lugar de experimentar con el dibujo, lo hacemos en el debate”, apuntan.

Antes se diseñaba y luego se miraba cuánto costaba. Para nosotros el coste está presente desde el principio”

Escuchándolos, y analizando su trabajo, da la sensación de que han tenido que desaprender para convertirse en los arquitectos que son. “Fuimos muy buenos estudiantes. Pero nos arrepentimos de no haber sido más críticos. Hoy en la universidad hay gente de 22 años crítica y propositiva. Como alumnos o no pudimos o no supimos serlo”, reconoce Ricart. Cuando estudiaban no se cuestionaban nada, pero hoy, como profesores, saben que en cada escuela hay una opción institucional —la docencia reglada— y otra contestataria y —no necesariamente— conflictiva. “Ambas hacen falta. Sería fácil decir que cuando estudiábamos solo había una manera, pero hoy también hay alumnos que creen que solo hay un tipo de arquitecto”, reconoce. Ros considera que la clave de su arquitectura es que crecieron “construyendo, no teorizando”. Y eso es otra escuela.

“Se nos educó a partir de experiencias visuales. La cultura visual nos esclavizó”. “El espacio y la luz son importantes. Pero hay otros factores. Nuestra formación fue deficitaria. Las aproximaciones teóricas eran cuentos maravillosos. Se buscaba ser más listo que nadie”, recuerda Tudó. A ellos, construir los conduce a las certezas y estas a experimentar. En eso basan sus argumentos: en la realidad.

Ros recuerda que, cuando estudiaban, “la mayor ambición era que el proyecto se pareciera lo máximo al primer croquis que habías realizado. Eso es no admitir la posibilidad de ir haciendo un proyecto a medida que vas viendo maneras de mejorarlo. Muchos arquitectos famosos trabajan así”. Permanecer fiel a la primera idea lo llaman. Incapacidad de cuestionar el primer paso, podría llamarse también.

David Lorente Ibáñez, Josep Ricart Ulldemolins, Xavier Ros Majó y Roger Tudó Galí
David Lorente Ibáñez, Josep Ricart Ulldemolins, Xavier Ros Majó y Roger Tudó Galí

“Cuando consigues quitarle un cero a los presupuestos, aprendes automáticamente a priorizar”, explica Ricart.

¿Los pisos se diseñan pensando en las necesidades de las personas o para obtener el mayor beneficio económico? “La industria, los políticos, los arquitectos y los constructores lo hicieron mal. Pero los usuarios también tienen su parte de culpa: la gente no compra en función de lo que es, sino de lo que aspira a ser”, explica.

Fue su casa 712 en Gualba (Barcelona) la que cambió su manera de trabajar. El banco concedió solo la mitad de la hipoteca apalabrada y, sin embargo, la vivienda mejoró. “Además de cambiar la casa, cambiaron los clientes”, tercia Ros. Una pareja sin hijos quería empezar con todo: habitación para niños, dos aparcamientos… Los convencieron de que no hacía falta tanto. Durante unos años olvidamos que la mejor casa es la que admite el cambio. Con todo, para Ros la clave de su trabajo fue proyectar con precio.

Un muro de ladrillos es honesto, comprensible, auténtico” (Tudó). “El plástico me pone enfermo” (Lorente)

¿Cómo se puede proyectar sin precio? “Se ha hecho toda la vida. Primero se diseña y luego se mira cuánto cuesta. Para nosotros el coste está presente desde el principio en la toma de decisiones. ¿No enyesas? Ahorras 5.000 euros”.

La austeridad progresiva de su obra no es solo económica, forma parte de lo que quieren aportar. “Descubrimos que los materiales generaban una ornamentación más interesante que acabados más costosos”, dice Tudó. Buscan la expresión del material. Eso obliga a construir mejor, “pero nuestras casas de ladrillo tienen estructura de ladrillo. No es una vestimenta. Nos interesa cómo regula la humedad. Cómo acumula temperatura con la inercia”. “Como diseñadores nos sentimos más seguros cuando varios factores justifican el uso de un material o una solución”.

¿Levantar un muro con ladrillos no es una manera de construir anacrónica? “Es tradicional, honesta, comprensible, auténtica”, responde Ricart. Puede que también sea romántica. Pero no trabajan con materiales fijos por estética o por pereza. “Buscamos la mejor manera de ser coherentes con el lugar, la estructura, el encargo y el presupuesto… Que nos cuadre todo nos ha llevado a sentirnos cada vez más seguros de lo que hacemos”, apunta Tudó.

Se diría que su obra está pensada para envejecer en lugar de deteriorarse. El ladrillo es para toda la vida. Sin embargo, también utilizan policarbonato. “A mí el plástico me pone enfermo. Me hace sudar cuando lo veo”, interviene David Lorente. “Pero si me hago un invernadero para cultivar flores será el material más óptimo. No lo estamos usando para hacer los cimientos. Lo utilizamos en su lugar”. “En una casa hemos puesto una galería de policarbonato porque no había dinero para vidrio. Igual en unos años lo tienen que cambiar. Pero cuando uno entrega una casa no recuerda al dueño que cada cierto tiempo deberá pintar. Los edificios precisan mantenimiento”. Tudó añade que vinculan el uso del policarbonato a la gestión de la energía “para construir sistemas pasivos de nulo consumo energético”.

Admiten que se necesita una cierta educación para apreciar la sobriedad de su arquitectura. “Nos engañaríamos si pensáramos que lo que hacemos le irá bien a todo el mundo. Pero las razones potentes en ahorro energético, en ahorro presupuestario o en mejor calidad de vida convencen”. Por eso Ricart piensa que la figura del arquitecto educador es fundamental. “De la misma manera que es necesario que un médico te explique en qué consiste tu enfermedad y cuál es la vía para la cura”.

“Las casas austeras son contenedores para que cada uno vaya haciendo la casa que quiere”, opina Ros. “Bajando el tono de la arquitectura subimos otros tonos, como la condición climática”, añade Tudó. “Lo que pasa es que nos hemos habituado a juzgar lo que se ve. Cuidar los materiales y utilizar los que pide el proyecto resulta en calidad de atmósfera”.

Para asegurar la buena construcción cuando se trabaja sin apenas acabados, ¿el arquitecto debe saber construir? “No puedes pedir lo que no puedes dar. La figura del arquitecto capaz de construir está cada vez más presente entre los estudiantes de arquitectura. Pero la planificación también es clave: no se puede ir a la obra para improvisar, aunque acabes improvisando”.

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