Miguel del Arco: “La reverencia con un texto es algo absurdo”
Escribe en los márgenes de sus libros, le fascinan los dramas de familia y sólo tiró de lectura de manual para aprender a hacer 'windsurf'. El director descubre sus hábitos lectores.
Tras el éxito de Antígona en el Teatro de la Abadía, el director Miguel del Arco sigue metido de lleno en complicadas y dramáticas familias: prepara un montaje de Hamlet, y ultima el rodaje de Furias, su primer largometraje. Además, su incursión la próxima primavera en la zarzuela con un programa doble (El año pasado por agua y La Gran Vía) le dará un respiro chulapo y le permitirá revisar aquel bipartidismo del siglo XIX y la sacudida que entonces causó el otro Pablo Iglesias.
De Arco se formó como actor y en su tiempo de estudiante rehacía las traducciones de las escenas que interpretaba; escribía "por si acaso". Curtió su pluma a golpe de guión televisivo, pero ha sido con la adaptación de las obras que ha montado con su compañía Kamikaze (Los veraneantes, El Misántropo, El Inspector,...) cuando se ha descubierto como autor. Todas estas nuevas versiones han sido editadas por Ediciones Antígona. Pero para este director la escritura, y el exhaustivo trabajo previo que la acompaña, es solo el preludio de la acción teatral. Ahí siempre toma el lado del actor, y por eso en sus adaptaciones busca "el placer de poner en su boca las palabras".
—¿Qué héroe de ficción es su favorito?
—Ahora mismo el único es Hamlet. Me meto a fondo en la lectura de lo que estoy haciendo. Sobre el escritorio tengo nueve traducciones y un montón de estudios sobre la obra. Es un poema interminable
—¿Y cuál es el error más común en las aproximaciones a Shakespeare?
—Alejarlo del lado humano a través de un lenguaje ampuloso. Lo mismo que con Sófocles, hay que quitar el peso del tiempo.
—¿El mejor lugar y momento para escribir?
—De día y en casa. Cuando tengo la estructura busco música que me pueda ayudar a hacer una escena. Antes llevaba muy mal la soledad.
—Para leer ¿novela o mejor teatro?
—No es fácil leer teatro, la novela te explica mejor, te mete en la convención narrativa.
—Ha adaptado a Gogol, Ibsen, Moliere, Pirandello, Gorki,... ¿Qué une a estos autores?
—Todos son hombres de teatro, gente de compañías, enredados en el hecho teatral, en los ensayos con actores, capaces de usar la energía de un intérprete para cambiar una línea. La reverencia con un texto es algo absurdo.
—¿Alguna lectura recurrente?
—Los ensayos de Montaigne siempre me acompañan. En Hamlet hay una reflexión muy directa sobre Montaigne, Harold Bloom sostiene que Shakespeare debió de leerlo.
—¿Un libro atragantado?
—El Ulises de James Joyce se me cayó de las manos, pero ahora al preparar Hamlet he vuelto a él.
—¿Algún título que superase sus expectativas?
—Empecé el volumen 2 de Mi lucha de Karl Ove Knausgard con una reticencia total, pensando que sería un ejercicio del ego. Pero me arrebató. Me fascina su conexión con la vida.
—Y con la familia, ¿no? Ese es uno de sus temas fuertes.
—Sí, y me sorprende como, a diferencia de lo que ocurre en EE. UU., para nosotros el tema familiar es un núcleo básico pero no tiene muchas referencias artísticas ni en teatro, ni en novelas, ni en cine.
—¿Tiene algún vicio lector?
—Soy muy de escribir en los márgenes por eso me cuesta prestar según qué libros. Otros, como las novelas, los doy no soy nada de guardarlas.
—¿Ha recurrido alguna vez a la literatura de autoayuda?
—Bueno, aprendí a hacer windsurf con una guía y fui el hazmerreír de la ría de Pontevedra.
—El género de las biografías, ¿le interesa?
—Sí, me gustaron mucho las memorias de Peter Brook, de Nuria Espert y sobre todo Billy Wilder, un personaje cuya historia vital me interesa mucho.
—¿Un manual indispensable para tratar con actores?
—Los escritos de Anne Bogart dan muy buenas pautas.
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