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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fin de Feria con sorpresas

El cierre se echará con cierto optimismo: en el peor de los casos se habría tocado fondo tras un lustro desatroso; en el mejor habría un esperanzador repunte

Manuel Rodríguez Rivero
El escritor Alejo Carpentier.
El escritor Alejo Carpentier.Marisa Flórez

Quedan dos intensos días para que a la Feria del Libro de Madrid le llegue la hora del entierro de la sardina. Este año, en espera de datos oficiales, se echará el cierre con cierto optimismo: en el peor de los casos se habría tocado fondo en el prolongado desastre del último lustro; en el mejor, las ventas habrían experimentado un esperanzador incremento. Lejos quedan, en cualquier caso, los esplendores de 2008, cuando en este país había tanta alegría que hasta se compraban libros. Como siempre, cada uno cuenta la feria según etcétera, pero han quedado algunas cosas claras. Por ejemplo, que quien no tiene “firmas” en la caseta no se come ni la mitad de roscas que los que echan la caseta por la ventana y se curran la presencia de autores. Que se lo pregunten —son sólo dos ejemplos— a mis queridos Antonio Méndez (Librería Méndez) o Lola Larumbe (Rafael Alberti), que no han parado de abrir cajas de libros para dar abasto a la cola que se formaba ante sus casetas. Otros, como los editores independientes de Contexto, llegaron a batir su récord histórico de ventas en el primer domingo del certamen. Otra característica de la edición de este año ha sido el clamoroso éxito de los libros para adolescentes y jóvenes adultos. Sorprende el tamaño de las colas que se han formado para obtener firmas de autores tan distintos como el veterano Andrzej Sapkowski o la jovencísima Clara Cortés. Y sorprende también el éxito que entre las chicas (mejores compradoras que los chicos) sigue teniendo la novela de —más o menos— fantasía heroica con elementos “paranormales”, romance y otros ingredientes infalibles. Se siguen vendiendo las sagas multimillonarias y casi intercambiables de Veronica Roth (Divergente) y Suzanne Collins (Los juegos del hambre) o las trilogías de la valenciana Laura Gallego, una de las jóvenes autoras españolas más prolíficas y populares. El otro día, mientras leía en diagonal alguno de esos libros, me vino a la memoria aquel pasaje del capítulo XLIX de El Quijote en que el canónigo, dirigiéndose al hidalgo, critica “la infinidad de Amadises” y la “turbamulta de tanto famoso caballero, de tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania” como poblaban el tipo de novela más popular en la España de los siglos XVI y XVII. En fin, que nada nuevo bajo la carpa de firmas. Al relativo éxito de la Feria de este año han contribuido también el tiempo anticiclónico (cruzo dedos para que este fin de semana siga igual) y el buen funcionamiento de otros elementos menos caprichosos, como el departamento de comunicación, a cargo del ya tradicional combo Ferreira and her girls.

Sorpresas

La Feria las depara con abundancia. Julián Rodríguez Marcos, director de Periférica, me señala la reedición con honores de estreno (nueva traducción de Carmen Torres García) de una de las “falsas novelas” más hermosas que he leído: Recuerdos de un pasado que se desvanece, del irlandés Aidan Higgins. Publicada en 1977, cuando el autor contaba 50 años, esta estupenda ficción autobiográfica fue publicada por Alfaguara en 1987, con el título —en mi opinión más apropiado— Escenas de un pasado que se aleja. La lectura de este Bildungsroman en dos tiempos —infancia/adolescencia y madurez— recuerda constantemente su deuda con el Joyce del Retrato (rígida educación católica) y su posterior influencia en la estupenda —y mucho menos conocida— Nadan dos chicos, del también irlandés Jamie O’Neill (2001; Pre-Textos, 2005): las tres novelas utilizan elementos autobiográficos de sus autores para trazar sucesivas incursiones oblicuas en la historia irlandesa del siglo XX. También me han sorprendido dos libros de crónicas sobre momentos conflictivos de la historia del siglo pasado. El ocaso de Europa (Fórcola) reúne en edición del profesor Eduardo Becerra (responsable de diversas ediciones críticas de la obra de Alejo Carpentier publicadas por Akal) las lúcidas crónicas escritas por el escritor cubano en 1941 para la revista Carteles en torno a la caída y humillación de París, ciudad en la que había vivido y de la que se sentía ciudadano. Muy interesantes son también los artículos, crónicas y reportajes del periodista vallisoletano José Luis Salado (muerto en Moscú en 1956) reunidos en el volumen Tiros al blanco, periodismo bajo las bombas (Renacimiento, serie Espuela de Plata, 2014) en edición del también profesor Juan Ríos Carratalá. Salado, un periodista todoterreno que ejercía su trabajo en el muy popular diario La Voz —la contrapartida empresarial de El Sol—, proporciona en sus artículos una visión insólita —a veces centrada en personajes de la calle, otras en el mundo del cine y la farándula— del Madrid en guerra, sin ahorrar vitriólicos comentarios acerca de los ahuecaos que “desertaban” de la ciudad (incluyendo a próceres como Azorín, Ortega, Baroja y otros) en busca de aires más seguros.

Catálogo

En esta edición, la Feria ha homenajeado — aunque, la verdad, casi no se ha notado— a autores como Valente, Martín Gaite, Matute, o —centenario obliga— Teresa de Ávila. La esforzada Feli Corvillo, propietaria de la librería Polifemo (caseta 224) y una de las más imaginativas libreras que conozco, ha contribuido al homenaje a la santa renacentista con otro de sus imprescindibles (y gratuitos) catálogos anuales. El de este año es El siglo de Teresa de Ávila, en el que, a lo largo de 48 páginas, se recogen más de mil referencias de libros relacionados con la autora y su época. Si se pasan por la caseta de Polifemo (librería y editorial), tengan cuidado de que no se les caiga sobre un pie (como me pasó en mi casa) el enorme mamotreto Glosa sobre las «Trezientas» del famoso poeta Juan de Mena (1499), del humanista Hernán Núñez de Toledo (edición de Julián Weiss y Antonio Cortijo Ocaña), un libro que —aunque les cueste creerlo— fue un conspicuo best seller en el siglo XVI. Me temo, sin embargo, que su meritorio editor no consiga encaramarlo en la lista de más vendidos de la Feria.

Subastero

Me gusta informarme de las subastas de libros y documentos, pero —ay— nunca puedo conseguir nada de lo que realmente me interesa. Estos últimos días me he quedado sin poder pujar en una casa de subastas madrileña por una pequeña joya que salía a 1.500 euros: el certificado de nacionalidad (con foto incluida) expedido (1934) por el Consulado de España en París a nombre de la cubana doña María Caridad del Río de Mercader (1892-1975), la nada dulce mamá del asesino de Trotski. Aún más he sentido tener que renunciar (la subasta tendrá lugar en Bonham’s, en Londres, el día 24) a hacerme con una carta manuscrita de T. S. Eliot a Lytton Strachey (diciembre de 1923) en la que, entre otros asuntos, le invitaba a un pequeño party en su casa, al que también asistirían Leonard y Virginia Woolf, y en el que, según refirió la última en sus diarios, “Tom” acabó bastante “pedo”. Ni vendiendo todas mis modestas primeras ediciones dedicadas podría conseguir las 2.000 o 3.000 libras que piden por la misiva. Otra vez será.

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