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MÁS TRISTES SON USTEDES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mártires

La imagen del artista atormentado que se inmola podía calar hondo en el subconsciente judeocristiano

La cantante Amy Winehouse.
La cantante Amy Winehouse.Shaun Curry / AFP

Europa recupera, poquito a poco, el pánico. Era una sensación casi olvidada en nuestros hogares, pero hoy en día cualquier ciudadano comunitario reconoce al instante su sabor. Al menos en el Sur. En eso nos vamos pareciendo a África. Lo demás también vendrá, aunque no creo que lleguemos hasta el fondo. No somos lo suficientemente resistentes. Por no hablar de nobleza o humildad, atributos que también olvidamos en alguna parte de nuestra historia reciente.

A falta de mayores catástrofes, a los europeos nos entra el pánico al entrar en una sucursal bancaria. Es el mismo miedo que siente un yonqui cuando le toca hacer la compra. Coño, los poblados. Ya decía yo que me recordaba a algo. Al entrar, temes por tu dinero, y al salir, por la droga. Por eso hay días en los que te la metes allí mismo, bajo una lluvia de pedradas. Hoy en día, ese pavor está al alcance de todos. Solicite una hipoteca y sabrá lo que es caminar por el lado salvaje. Sin drogarse ni nada.

Sin embargo, en el mundillo del rock and roll hubo un tiempo en el que colocarse era preceptivo. La autodestrucción fue el concepto que alimentó al mito. La vida al límite, el filo de la navaja… En realidad, lo que buscaban los jóvenes no era otra cosa que buenas canciones y sensaciones fuertes, pero la imagen del artista atormentado que se inmola ante un público extasiado podía calar hondo en el subconsciente judeocristiano.

Managers y cazatalentos no tardaron en captar la idea. El componente festivo de los conciertos de rock fue extirpado, y sobre su cicatriz se recreó la eterna liturgia ritual del sacrificio. De ahí al sacramento sólo había un pequeño paso. Muchos jóvenes talentosos con el ego hipertrofiado y propenso a la tragedia se prestaron gustosamente a escenificar la suya sobre los escenarios de medio mundo.

Religión, el negocio perfecto. El público olvidó sus bailes para dedicarse en cuerpo y alma a adorar a sus mártires, cuya recompensa en la otra vida sería entrar a formar parte del santoral. El panteón del rock, la gloria eterna. Aún no hace un lustro desde que Amy Winehouse, de cuyo talento cabía esperar grandes alegrías, pasó a formar parte del muy triste club de los 27.

Ojalá que sea la última. Que no nos vengan con más mártires. Lo que sucede con los músicos es que tienden por naturaleza al exceso y a veces se les va la mano. Eso es todo. Por lo demás, lo único que pretenden es hacer canciones chulas y divertirse por ahí. Afortunadamente, el rock and roll tiene sus saltarines pies sobre este mundo. Carece de vocación religiosa. No sirve para eso. Entre otras cosas, porque el único infierno que contempla es el del aburrimiento. Nació para ser disfrutado, no para meter miedo. Para eso ya tenemos los bancos, las empresas de telefonía y a nuestros representantes políticos. Estamos hartos de todos ellos. Asfixiados. Necesitamos arte, necesitamos disfrutar. Ni liturgias ni ortodoxias: ¡Queremos canciones!

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