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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hechos

España ha sido tierra muy tolerante con la mentira. Ana Pastor intenta combatirla y una obra sobre Bárcenas quiere despertarnos a golpe de realidad sumarial

Ricardo de Querol
Escena de 'Ruz-Bárcenas', que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid.
Escena de 'Ruz-Bárcenas', que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid.

Sale uno aturdido de la obra de teatro Ruz-Bárcenas, que dirige Alberto San Juan. Es una sobredosis de realidad: no hizo falta una pizca de fantasía. Nada se añade a lo que largó ante el juez el extesorero del PP el día que decidió tirar de la manta, después de pasar del “Luis, aguanta” a ser “ese señor del que usted me habla”. La realidad tiene a menudo la fuerza de la más retorcida ficción.

España ha sido tierra muy tolerante con la mentira, o con la media verdad, que no es tan diferente. Explicó Max Weber por qué los países católicos son más laxos en la exigencia ética: porque siempre cabía la confesión, bajo estricto secreto, de cualquier pecado. La rectitud sería entonces un asunto privado, no como en el mundo protestante. Pero esto está empezando a cambiar, aunque algunos tarden en darse cuenta.

La palabrería tramposa nos bombardea en este año de elecciones en cadena. Frente a eso, Ana Pastor intenta ser metódica en El objetivo (laSexta): desmonta falsedades con sus Pruebas de verificación, subraya incoherencias en Maldita hemeroteca y detalla despilfarros en Sé lo que hicisteis con el último contrato. Y así nos desvela camelos o abusos en todos los bandos, también los que presumen de virginales.

 En nuestra esfera pública nadie se sonroja por cambiar su posición sin explicar por qué, por ver solo las imputaciones del partido de enfrente, por poner manos en el fuego por quienes luego ni serán mencionados. Y nos dan datos inciertos con desparpajo, como esa matraca de que España es el país que más crece del euro (lo fue en un trimestre entre los cuatro grandes; no está mal, pero no es lo mismo).

La paciencia popular a veces se desborda. José Bono cuenta en sus memorias detalles de las mentiras de aquel Gobierno con el 11-M o el Yak-42, que le costaron caro; el que le sucedió tampoco dijo la verdad sobre una crisis espantosa, y su partido aún lo está pagando. Ahora en el poder creen que solo tienen un problema de comunicación. Ya.

No es que Ana Pastor, y menos Alberto San Juan, carezcan de opiniones, no, sino que nos llevan a su terreno a golpe de cruda realidad. Si cundiera el ejemplo pondríamos más hechos en el debate público. Hablarían más expertos y menos tertulianos. Pero eso no cuadraría con la política-espectáculo, la llaman politainment, que se lleva en la tele. Lástima.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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