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Liliana Porter: “El precio y la obra no tienen nada que ver”

La artista argentina, invitada de EL PAÍS en la feria Arco de Madrid, sigue intentado descifrar el misterio de la realidad a sus 73 años

Liliana Porter, en su estudio neoyorquino.
Liliana Porter, en su estudio neoyorquino.Fernando Sancho

El estudio de la artista argentina Liliana Porter en Nueva York no se parece en nada al estudio de un artista en Nueva York. Los ciervos acuden por la mañana a comer brotes frescos bajo su ventana, gruesos troncos crepitan en el hogar consumidos por un fuego acogedor, tímidos pájaros rompen de vez en cuando el silencio, y el paisaje nevado que rodea el granero rojo donde trabaja sobrecoge por su armonía, como si la mano de una artista, tal vez la de ella, hubiera distribuido con gusto las curiosas formas heladas del terreno. Ni rastro de las clásicas naves del Village, Soho o Tribeca en las que ateridos artistas con guantes deshilachados, pelo revuelto y estómagos vacíos exhalan vapor de frío mientras dan forma a sus creaciones rodeados de flacas y lánguidas musas veinteañeras.

Porter llegó a esta ciudad en 1964; vive feliz en Rhinebeck, 180 kilómetros al norte de Manhattan, cerca del río Hudson, en una acogedora morada, repleta de arte y vacía de pretenciosidad, junto a otra artista, la uruguaya Ana Tiscornia. Las dos abandonarán esta semana su paraíso terrenal para acudir a Arco. Porter, presente en los mejores templos del arte contemporáneo, es este año la artista invitada por EL PAÍS para su espacio en la feria de Madrid.

PREGUNTA. ¿Cómo debería presentarla EL PAÍS en Arco?

RESPUESTA. Tengo 73 años. Empecé a trabajar desde muy jovencita. Mi obra comienza a definirse en 1968, en el momento del arte conceptual. Por tanto, soy una artista posconceptual.

P. ¿Cuál es el tema de su obra?

R. El límite entre las palabras y las cosas, entre el espacio virtual y el real. No parto de lo formal, sino de la idea. Mis ideas podrían ser las de un escritor. Lo que me interesa es cómo definimos la realidad. Podría referirme a un vaso, por ejemplo. Una piensa que el vaso es real porque lo puede tocar, pero también está la memoria del vaso, la idea del vaso y cómo lo describimos emocionalmente. Al final, existe un arquetipo abstracto del vaso. Sin embargo, cada vez que nos acercamos a la realidad, ésta se disuelve. Eso es lo que me interesa: entrar en lo virtual y volver a lo real.

Porter presentará en Madrid tres obras que ilustran estas palabras. Hay, en primer lugar, dos dibujos grandes realizados sobre ocho páginas de acuarela cada uno. Uno es un círculo; el otro, un triángulo. El conjunto se llama El intento, porque en él hay una figura muy pequeña de un hombre que intenta completar las figuras. “Ese diminuto ser trata de llegar a la perfección porque se supone que el círculo y el triángulo son figuras perfectas”, explica la artista.

También podrán verse 24 dibujos más pequeños con temas muy diversos, habituales en Porter. La serie se llama Últimas noticias. Por último, el visitante contemplará una tarima grande repleta de libros. De nuevo en ella aparece una figura diminuta que trata de leer los volúmenes. La obra se llama, cómo no, El lector.

Cuando un hombre decapita a otro me siento involucrada, siento que yo también podría hacerlo”

Pese a lo limitado de la muestra, en ella están contenidas las constantes de la artista. Porter transforma objetos cotidianos. Desde que en 1965 fundó, junto a Luis Camnitzer, su primer esposo, y José Guillermo Castillo, el New York Graphic Workshop, su obra se mantiene fiel a esa relación engañosa con la realidad, ya sea en dibujos, grabados, fotografías, pinturas, vídeos, puestas en escena, instalaciones, intervenciones en espacios públicos o teatro. Museos como el Reina Sofía de Madrid, el Metropolitan de Nueva York, el Rufino Tamayo de México, la Tate Modern de Londres, la Biblioteca Nacional de París, la Fundación Daros de Suiza y más de 50 colecciones privadas guardan tesoros de Porter.

P. ¿Es esa búsqueda entre lo virtual y lo real lo que le lleva a practicar tantas disciplinas?

R. Una nunca sabe por qué hace las cosas. Cuando tenía 16 años me mudé a México. Allí me di cuenta de que no hay un solo código de la realidad, sino muchos, y que las mismas palabras pueden significar cosas distintas. Después vine a Estados Unidos y aprendí otro idioma, otros códigos. Vi cómo los idiomas transforman las cosas. Todos esos desplazamientos me ayudaron a desestabilizar la realidad, a darme cuenta de que el orden de las cosas es un invento, de que son puras convenciones. Es uno mismo el que inventa la realidad. Mi actitud es esperanzadora, optimista, tiendo a la felicidad.

P. Y en esa relación con la realidad, ¿tiene alguna trascendencia el hecho de ser latinoamericana?

R. El lugar donde uno nace, los primeros códigos, los primeros años son los que te definen. Sí, es muy importante para mí.

P. ¿Pero hasta el punto de reivindicarse como artista latinoamericana?

R. Eso es una reacción al contexto que te rodea. Puede ser que una esté en un contexto en el que no hay que defender una identidad. Pero, si tenemos en cuenta que vivo en Nueva York desde los 22 años, sí puedo decir que nunca perdí la relación con Latinoamérica. Aunque sea feliz aquí, nunca me he sentido desvinculada de América Latina. Ayuda el hecho de que aquí haya otro idioma, que hace que el mío, el español, puede resguardarse en un compartimento estanco, protegido. Es una suerte que ese pedazo de mi cultura quede intacto, a salvo.

Porter se instaló en Rhinebeck después de los atentados del 11-S. Fue una huida, una reacción a algo traumático. El día de los ataques estaba en España, exponiendo su obra en la Fundación Telefónica. “Me impresionó. Vi cómo se caían las Torres Gemelas, que estaban a ocho cuadras de mi casa en Tribeca. Cuando volví, el olor era espantoso. La esquina de mi casa estaba llena de camillas, de raciones de agua para los supervivientes… Inútil, porque murieron todos… Tenía la sensación de que nada volvería a ser como antes”, recuerda.

Detalle de una obra de Porter, con una de sus características figuras.
Detalle de una obra de Porter, con una de sus características figuras.Fernando Sancho

Se marchó. Al principio se alojó en casa de su galerista, al norte del Estado. “Necesitaba ver árboles”, confiesa. El hogar en el campo de su amiga le pareció el paraíso. Y la mitad de barato que Manhattan. Vendió por mucho dinero el loft de Tribeca. “En una esquina tenía a Robert de Niro, y en la otra, a Issey Miyake. Ni los atentados hicieron que cayera de precio”, explica. Con el dinero compró la casa de Rhinebeck, granero y terrenos incluidos, y aún le sobró para adquirir un apartamento en el West Village que le permitía seguir dando clases en el Queens College.

P. Hábleme de Nueva York.

R. Es muy importante en mi vida y en mi obra. En Nueva York hay 300 códigos simultáneos, porque hay gente de todo el mundo. Es una ciudad muy fácil para crearte tu propia realidad. Es desordenada, como un adolescente. Tiene toda la fuerza de los adolescentes. Se cree el centro del mundo, inmortal. Es lo contrario a lo europeo. Me gusta porque sientes que puedes hacer cualquier cosa, que los límites los fija uno mismo. Luego está toda esa cosa de lo latino. A una la ponen siempre en las colecciones en la zona latinoamericana, en lugar de la parte de arte contemporáneo.

P. ¿Le molesta?

R. Es incorrecto y antiguo, pero cambiará cuando cambie la relación entre la gente.

P. ¿Qué le dio México?

R. Muchas cosas. Cuando llegué de adolescente era la típica porteña pedante. Estaba en la cosa de Picasso, el arte abstracto… Pero descubrí la música, el color, el paisaje tan fuerte, un país con mucha personalidad, muy orgulloso, muy nacionalista. Mi primera exposición la hice con 17 años. La crítica la hizo Juan José Arreola, el escritor. Fue un lujo. México me dio mucho porque mis amigos eran escritores: José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis… La primera vez que leí a Borges fue a través de José Emilio Pacheco, que me lo leía. Aprendí un montón de cosas a través de ellos.

P. ¿Qué queda de aquella joven?

R. Yo siempre pienso que sigo siendo esa jovencita, pero escondida dentro de una señora, lo que te da autoridad, te invitan a exposiciones, te pagan el viaje en primera clase. Pero dentro sigue estando la jovencita. Es genial. Tengo la sensación de que estoy engañando a todos.

P. ¿Qué ha pretendido con su obra?

R. Para mí el arte es una constante que me ha mantenido con los pies en la tierra. Uno no tiene control de lo que hace. Por eso, cuando uno expone es como ponerse enfrente, verse. La reacción de la gente que más me emociona es cuando me dicen: “Gracias, me hizo bien”. Eso justifica la vida.

P. Al crear, ¿piensa en los otros?

R. Cuando escribimos o hacemos una obra, todos tenemos delante a alguien abstracto a quien nos dirigimos. Hay gente que le tiene bronca a ese alguien, y se nota en su obra. A veces vas a ver una performance y sientes que el artista te tiene bronca porque piensas: ¿por qué tengo que estar dos horas viendo esta estupidez?

Cuando uno expone, la reacción de la gente que más me emociona es cuando me dicen: 'Gracias, me hizo bien'. Eso justifica la vida"

P. ¿Usted tiene bronca a alguien?

R. Creo que no. Yo quiero que ese otro esté contento. Cuando hice la obra de teatro Entreactos en Buenos Aires estaba convencida de que la gente lo iba a pasar bien. Me interesa cómo lo pasa el otro. Yo quiero que todo sea claro. Por eso me gusta Borges, porque explica con claridad temas complejos. Cuando una cosa es complicada es porque el artista no lo tiene claro.

P. ¿Se siente una artista comprometida?

R. Yo creo que el artista debe tener algún papel. Lo que yo pretendo es que el otro piense conmigo. El compromiso está en lo que queremos que sea el mundo. A mí me gustaría cada vez saber más de esa relación con la realidad. Que se parezca lo que propongo a cómo actúo. Hay que ser sano, feliz.

P. ¿Le gustan las ferias de arte?

R. Son un fenómeno que ahora están en su cúspide de locura. Hay millones. Cuando se hace la de Miami, hay 24 más simultáneamente.

P. Pero eso es un síntoma de salud en el arte, ¿no?

R. Es una cuestión del mercado. La inversión en arte es ahora más rentable que la Bolsa o el sector inmobiliario. Es la única industria, si la podemos llamar así, que no está regulada por nada. Uno compra una obra hoy y dentro de cuatro años vale cinco veces más. Eso no pasa en otros sectores.

P. ¿Pero la obra nace al margen del mercado o para el mercado?

R. Yo tengo muy clara la diferencia entre mi obra y el mercado. Si no, te puedes volver loca. La Mona Lisa no es tan genial como para valer millones. Su valor depende de otras cosas. Yo misma, en el mercado, compito conmigo misma. Mis obras de los sesenta y los setenta valen mucho más que las actuales.

P. Y eso le satisface.

R. Es una felicidad añadida. Hay artistas muy buenos que no tienen galería donde exponer.

P. Dado que el tema de su obra es la relación con la realidad, ¿qué relación tiene con el mundo?

R. Tengo una sensación horrible. Siento que ecológicamente somos un desastre, que políticamente no hemos evolucionado, que no aprendemos, que somos capaces de los crímenes más siniestros. Cuando veo que un hombre decapita a otro en televisión, el mensaje que me llega es que yo también podría hacerlo. Es como cuando escuchas a Mozart. Te da felicidad porque piensas que tú, como humano, también podrías hacer música como esa. Yo me siento involucrada en esos actos. En ese sentido, me siento responsable.

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