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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La merecen

Hay mucha gente en este país anhelando no ya que la revolución llegue a las urnas, sino simplemente no volver a ver ni a oír a los mentirosos contumaces

Carlos Boyero
Jordi Evole y Esperanza Aguirre durante el programa 'Salvados' de La Sexta.
Jordi Evole y Esperanza Aguirre durante el programa 'Salvados' de La Sexta.EL PAÍS

“Nadie que no haya vivido antes de la revolución ha conocido la dulzura de vivir”, afirmaba Talleyrand. Su certidumbre tiene misterio y se puede interpretar de muchas formas. Y en función de los que tienen hambre o están saciados. Pero debe de ser hermoso creer que el estado de las cosas va a cambiar. ¿Y qué ocurre con la revolución? El agonizante Palance y el cínico Lancaster hablaban así de ella en esa película maravillosa titulada Los profesionales.Decían: “¿La revolución? Cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran y los políticos entran en acción. Y el resultado es siempre igual: una causa perdida. Como el amor, tiene un enemigo terrible: el tiempo. La revolución no es una diosa sino una puta. Nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero solo son asuntos mezquinos. Lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable”.

 Hay mucha gente en este país anhelando no ya que la revolución llegue a las urnas, sino simplemente no volver a ver ni a oír a los mentirosos contumaces, corruptos ancestrales o renovados, servidores bien pagados del auténtico poder, que se ha repartido o alternado la tarta de la cosa pública desde su divinizada Transición. No ha sido cuestión de manzanas podridas. Todo el árbol desprendía hedor. Es su naturaleza. El cenagal siempre existió. Que nos hayamos enterado ahora de la décima parte de delitos que han enfangado colectivamente la cueva de Alí Babá es mosqueante. La denuncia igual ha partido del mismo sistema, porque convenía cambiar de disfraz, para perpetuarse después de convencer al encolerizado y menesteroso rebaño de que la justicia existe.

A la que no habrá forma de dejar de ver es a la señora Aguirre. Aseguran que es muy lista. Mi concepto de la listeza es diferente. Nunca lo he confundido con la desvergüenza. En su partido, al parecer, están muy contentos porque su entrevista con Évole (y eso que se fugó de forma grotesca cuando olió el peligro) arrasó en la audiencia y en las redes sociales. Está claro que Madrid se merece a esta prócer.

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