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premios goya 2015
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Se va a poner de moda la negrura en los Goya?

Más allá de las comedias españolas que arrasan, late con fuerza un nuevo nervio oscuro

Carlos Boyero
Victoria Abril, en una escena de 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', de Agustín Díaz Yanes.
Victoria Abril, en una escena de 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', de Agustín Díaz Yanes.

El lógico alborozo sobre la recobrada salud del cine español en el milagroso año 2015 no embarga solo a los componentes de esta industria, que se siente estrangulada por ese abusivo y vengativo IVA impuesto por el Gobierno a la actividad de esa gente tan díscola, que siempre le monta el reivindicativo y protestón número en los Goya, la fiesta anual de la gran familia, sino también al agradecido público que ha acudido en masa, se ha reído, ha comentado hasta la extenuación a la salida del cine esos gags, diálogos, equívocos, situaciones y personajes que tanto les han divertido gracias a una comedia cuyo poder de seducción ha enamorado a todo tipo de espectadores (entre los que no me incluyo, aunque me haga sonreír o reír en algunos momentos) y que se titula Ocho apellidos vascos.

Y, por supuesto, también siguen triunfando las castizas, insolentes y esperpénticas aventuras de Torrente, ese señor tan pasado con el que sospecho existe fiel y torrencial identificación de sus masivos y regocijados espectadores. Yo disfruté mucho en el bautizo de Torrente, pero ese entusiasmo hacia madero tan destroyer y surrealista se me fue apagando en la continuación de la saga. Respetando el talento, el descaro y la originalidad del genuino Santiago Segura, confieso con pesar que las historias bufas de su iconoclasta criatura dejaron de hacerme gracia. Pero algo muy sólido debe de seguir poseyendo Torrente cuando tanta gente siente el nirvana y no para de reír con sus soeces ocurrencias. Pues eso, que deseo larga y feliz vida al amante de El Fary, a la cuenta corriente de su creador y al subidón en la cuota de espectadores del cine español cada vez que se estrena un nuevo capítulo de Torrente.

Jamás ha existido en España tradición de cine negro, ‘thriller’, policiaco, gansteril o como lo queramos definir

Si la oferta de comedias siempre ha tenido gran aceptación entre el público español (no tanta cuando la negrura y la acidez inundaban obras maestras como El pisito, El cochecito, Plácido, El verdugo y El extraño viaje, pero absoluta y continuada con el desternillante landismo, Paco Martínez Soria, Lina Morgan, Esteso y Pajares y ese tipo de comicidad tan entrañable y tan nuestra, cuya añoranza mantiene con incansable audiencia el sonrojante programa de televisión Cine de barrio), jamás ha existido tradición en este país de cine negro, thriller, policiaco, gansteril o como queramos definir (no es fácil, sus fronteras y sus esencias son amplias y se pueden confundir) a esas películas que han dado cuantiosos títulos que figuran entre lo mejor que ha dado la historia del cine.

Sorprendentemente, al ver la lista de las películas nominadas a los Goya descubres que tres de ellas pueden encuadrarse en ese género. Y que han sido bendecidas igualmente por la crítica y el público, algo que no suele ocurrir. Alberto Rodríguez, director de La isla mínima, no era un neófito en esta repentina marea negra. Dotado de un potente sentido visual; capaz de rodar persecuciones y carreras con la veracidad y la brillantez, aunque con bastantes menos medios que el opulento cine de Hollywood; creador de atmósferas turbias y de personajes con anverso y reverso, Rodríguez había contado historias oscuras e inquietantes en las muy meritorias 7 vírgenes y Grupo 7. En la imprevisible La isla mínima, el blanco y el negro están mezclados, pueden convivir en el mismo personaje, el ambiente es denso y malsano, las cajas chinas se multiplican, un antiguo y pertinaz villano del franquismo puede comportarse heroicamente en un momento trascendente y en nombre de la profesionalidad salvando la vida de un compañero que está en sus antípodas, la narrativa es poderosa, permanente el desasosiego del espectador, la interpretación de Javier Gutiérrez es de las que no se olvidan, el buen cine es palpable.

También es un thriller más que presentable la espectacular El Niño, creíble todo en ella excepto una forzada historia de amor. Daniel Monzón dispone de un presupuesto notable y evidente que no desperdicia, rueda las escenas de acción con un virtuosismo que no tiene nada que envidiar al que emplea el cine norteamericano cuando toca el género, está muy bien contada la iniciación de gente muy joven en el tráfico de hachís entre Marruecos y Algeciras y la corrupción que engendra negocio tan suculento. Hay gente que habla con condescendencia o desprecio de esta película. Yo la encuentro muy digna. Y sería venturoso para el cine español que todos los años se realizaran dos o tres películas con las características de El Niño.

Y no sé muy bien a qué género pertenece Magical Girl, de Carlos Vermut. Yo diría que al inclasificable, pero lo que está claro es que no guarda la menor relación con la blancura. A ratos es surrealista, en otros de terror, casi siempre sombría, con un sentido del humor cruel, su psicologismo, además de raro, es profundamente tortuoso, las elipsis sobre prácticas sádicas son mucho más temibles que si mostraran el horror en primer plano, hay violencia física pero sobre todo psíquica, las relaciones entre los personajes están llenas de aristas, pero tampoco está excluida la ternura protectora en la historia de un parado bastante desesperado y su hija enferma de leucemia. No me apasiona, pero sí me perturba, sigo pensando en ella después de meses; su creador demuestra personalidad, talento, poseer un mundo enfermizo, temible y propio.

Ojalá que el género se consolide aquí. Permite hablar de muchas cosas. Y los adictos somos legión

Hago memoria sobre el cine que identificamos con el thriller y es transparente que su máximo esplendor siempre lo ha encontrado en el cine norteamericano. Lo realizaron directores nativos como John Huston, Orson Welles, Howard Hawks, Samuel Fuller, Robert Aldrich, Nicholas Ray, Martin Scorsese, Michael Mann, David Fincher y demás, pero también extraordinarios directores centroeuropeos, algunos educados en el expresionismo, que encontraron en Hollywood los medios, guiones e intérpretes adecuados para hablar con maestría de una temática que nunca pasará de moda. Hablo de Fritz Lang, Robert Siodmak, Billy Wilder, Michael Curtiz, Otto Preminger… Del francés Jacques Tourneur, del inglés Alfred Hitchcock.

Si Estados Unidos ocupa indiscutiblemente el trono en el clasicismo de este tipo de cine, hay cinematografías como la francesa que también han dedicado tanta vocación como amor hacia este género. A él dedicó casi toda su obra un estilista tan personal, reconocible y atractivo como Jean Pierre Melville. Y sería arriesgado e inexacto etiquetar a los formidables y menospreciados Jacques Becker y Claude Sautet como directores de cine negro, pero ahí están películas admirables como Classe Tous Risque, Max y los chatarreros, La evasión, París, bajos fondos y Touchez Pas au Grisbi para demostrar su magisterio cuando se movieron en él.

Contaba al principio la excepcionalidad de que en la mejor cosecha en el cine español del último año se encuentren tres películas que se mueven en ese paisaje cenagoso y desasosegante. Y tratas de recordar las incursiones a lo largo del tiempo del cine español en ese apasionante género. No hay que hacer demasiado esfuerzo retrocediendo al pasado, ya que la lista es muy corta.

Y entiendes que durante el franquismo esa temática estaba complicada, ya que la censura no hubiera permitido la presentación de representantes de la ley, el orden, la justicia, la policía, alcaldes, gobernadores, ministros, próceres, ciudadanos presuntamente ejemplares, representantes del poder, que estuvieran enfangados en el lado oscuro, la corrupción y el crimen. Aquí los únicos malos eran los delincuentes sin legalizar, los comunistas y los subversivos. Pero después de palmarla el dictador, tampoco existieron demasiadas incursiones en el género.

De acuerdo: Enrique Urbizu lo siente como algo suyo y ha creado las modélicas y complejas Todo por la pasta, La caja 507 y No habrá paz para los malvados. Conozco a bastante gente que ha colocado en un altar a perpetuidad las dos entregas de El crack que rodó Garci. No es mi caso. Pero sí considero Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, de Díaz Yanes, una de las películas más negras, duras y emocionantes del cine español. Ojalá que el género se consolide aquí. A condición de que genere buen cine. Permite hablar de muchas cosas. Y los adictos somos legión.

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