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La engañosa ficción

La escritora colombiana Margarita García Robayo desmonta en 'Lo que no aprendí' los mitos del encantamiento infantil

Autora de varios libros de cuentos y la nouvelle Hasta que pase el huracán, la colombiana Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) ha optado, en su primera novela, por un tema primordialmente autobiográfico sobre el que ha hecho gravitar la perspectiva con que lo aborda. Dividida en dos partes, Lo que no aprendí cuenta en la primera la fascinación de Catalina, una niña de 11 años, por los secretos de familia, en especial por la figura del padre, versado en ciencias ocultas; en la segunda parte, años después, tras la muerte del padre, la autora reflexiona sobre el cariz legendario con que irremediablemente dotamos las historias de la infancia.

De este modo, los descubrimientos, asombros y experiencias de la niña (la revelación de la violencia y el sexo) se verán corregidos, o al menos aminorados, por la percepción de la escritora desde la distancia temporal y la convicción de que toda historia familiar es una fábula que cada cual acomoda a su conveniencia. El desvelamiento no es nuevo, pero García Robayo se ha aplicado a la difícil honradez de mostrar la parte menos sugestiva, evitando fundar un mito del padre, sembrando de zonas oscuras lo que parecía exigir una exacerbación de la figura paterna. Pero lo realmente interesante es la “lectura” de la escritora, que, incluyéndose en la narración, explora el encantamiento infantil confrontándolo con la necesidad de escribir sobre la muerte del padre —un tema para el que, según declara, no se requieren excusas—.

Ella, sin embargo, necesita decir otra cosa, “algo que tenía que ver con el modo en que la fijación ocultista de mi padre había marcado a toda la familia”. Una fijación que se adivina más inocua que estimulante, atravesada por un aire pintoresco que linda con lo trivial, pese a su prestigio de sanador o brujo. Con la irradiación del padre se eclipsa el drama familiar: la subordinación de la madre y los recelos y rencillas de las hijas. Y esto, que no se cuenta para no sustentar la convención, es la valiosa aportación de Margarita García Robayo, que así saca a la luz los mecanismos con que la ficción más resignada pretende representar la realidad.

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