El difícil reto de acercarse a la yihad
'En tierra hostil' entró en las retorcidas calles del barrio ceutí de El Príncipe y asomó tímidamente la nariz de sus reporteros por Castillejos
Acercarse con una libreta y un bolígrafo al territorio donde los reclutadores pescan acólitos para la yihad no es fácil. Hacerlo con una cámara al hombro es todavía más difícil porque los periodistas no son bien recibidos y los que buscan imágenes ahuyentan al avispero.
En tierra hostil (Antena 3) aceptó este reto, entró en las retorcidas calles del barrio ceutí de El Príncipe, el pozo del que han salido más jóvenes para unirse a las sanguinarias huestes del Estado Islámico (EI) en Siria, y asomó tímidamente la nariz de sus reporteros por Castillejos, el pueblo marroquí del que han partido un centenar de yihadistas en busca de la muerte. El espectador se perdió el barrio de La Condesa, el vivero islamista más efervescente.
El programa, en ocasiones demasiado lento, logró el valioso testimonio de dos chicos que reconocieron lo que es un secreto a voces entre algunos jóvenes del barrio más deprimido de España: su sueño de unirse a la yihad. “¿Te suicidarías? ‘Sí, para ganar el paraíso y ayudar a nuestros hermanos que están sufriendo. Alá es grande”. “Yo no me iré, yo haré la yihad aquí”, espetó el otro. Los dos mostraron a la cámara las navajas y machetes con los que se pasean.
Ningún yihadista confiesa en público sus deseos, la clandestinidad es obligada, pero el testimonio de estas dos personas es un fiel termómetro de la temperatura que se respira en este barrio de centenares de casas ilegales en el que conviven delincuentes, terroristas, narcotraficantes y una inmensa mayoría de gente buena que intenta sacar a sus hijos adelante. El paro juvenil en El Príncipe supera el 60%, pero los tres primeros suicidas Rachid, Mohamed y Mustafá tenían trabajo estable.
Fátima contó como viajó a Siria para convencer a su marido de que regresara de la yihad y describió su fuga del campamento del EI en el que se alojaban. Su relato reflejó la angustia que viven las familias ceutíes cuando alguno de los suyos desaparece. Como la abuela de Hamza Mohamed Abdesalam que se lamentó de que su nieto todavía no le ha llamado. Los muertos no pueden llamar.
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