_
_
_
_

Sed fieles a ello

En su libro de memorias, Alan Sillitoe demuestra la capacidad de la literatura para corregir una vida que empieza mal

Patricio Pron
El escritor británico Alan Sillitoe (1928-2010).
El escritor británico Alan Sillitoe (1928-2010).

Alan Sillitoe (1928-2010) y su mujer vivían en Alicante ("solo estábamos allí para que nos robaran", afirma) cuando el primero encontró entre sus papeles la frase "la soledad del corredor de fondo" y de inmediato "las experiencias de mis 30 años de existencia y todo cuanto había vivido y aprendido” se precipitaron sobre él. En tanto escritor, Sillitoe solo había fracasado hasta el momento: colocar su "novela" Sábado por la noche y domingo por la mañana empezaba a parecerle "una empresa desesperada", y sus otros libros (Una estancia temporal, La empalizada, El quiosco de música) habían sido rechazados ya seis, siete y dos veces, respectivamente. Vivía en España (más específicamente en Sóller, en Mallorca) de los ingresos obtenidos dando clases de inglés y de una pensión temporaria que le había otorgado la Royal Air Force por padecer una tuberculosis; de adolescente había querido participar en la Segunda Guerra Mundial, pero, para cuando hubo completado su formación, la guerra había terminado y Sillitoe había tenido que conformarse con un penoso puesto de telegrafista en Malasia.

La publicación de Sábado por la noche y domingo por la mañana y más tarde de La soledad del corredor de fondo lo convertirían en un autor respetado y lo alejarían, al menos en términos prácticos, de sus terribles orígenes, que incluyen un padre desempleado ("en los primeros 10 años [de la vida de Sillitoe] mi padre estuvo trabajando un total de seis meses") y brutal ("la inteligencia de un niño de 10 años en el cuerpo de un animal"); una madre que se prostituía, de la que el primer recuerdo del autor es "verla inclinarse sobre el cubo para que la sangre de su cabeza abierta no corriera por la alfombra" después de las golpizas del padre; y una escuela para niños con discapacidad mental a la que fue enviado porque en ella daban de comer. También los sonidos de la radio y las líneas de los mapas como promesas de un mundo mejor en algún sitio; una edición abreviada de Los miserables, de Victor Hugo, a la que le faltaban las primeras 50 páginas, que le prestó un vecino. Una educación formal que tuvo que interrumpir a los 14 años ("seguir en la escuela hasta la avanzada edad de 17 años era imposible en una familia que necesitaba todo el dinero que pudiera ganar tan pronto como alcanzara la edad legal para trabajar a jornada completa"); la carestía, el miedo y la dignidad de la población inglesa durante el Blitz alemán.

 Sillitoe solo pudo calmar su ansia de conocimiento con enormes sacrificios económicos y de manera autodidacta

El ansia de conocimiento que Sillitoe solo pudo calmar con enormes sacrificios económicos y de manera autodidacta. Los trabajos mecánicos y asfixiantes en las fábricas de su ciudad natal; las primeras novias ("una vez follamos cinco veces en 24 horas"); la monotonía del trabajo en Malasia, los sucesivos fracasos literarios, la búsqueda de orientación. El viaje a España, la detención en Madrid a raíz de una observación suya "poco amable" en el tren sobre Francisco Franco, la vida en Mallorca (“como encontraban ofensiva la autoridad que se ejercía desde Madrid, había menos muestras de afecto hacia Franco y los mallorquines eran personas pragmáticas que intentaban seguir con sus vidas de la forma más tranquila e industriosa posible”), la amistad con Robert Graves, la Inglaterra de la década de 1950 ("el país estaba muerto del cuello para arriba y tenía el cuerpo sepultado bajo la arena") fueron estadios de esa huida de los orígenes, pero ninguno iba a llevarlo tan lejos como la literatura.

En España, y con los rechazos editoriales precipitándose sobre él, Sillitoe no perdió las esperanzas, sin embargo: "Como no confiaba más que en mí mismo, seguí escribiendo, pues la falta de formación para cualquier otro trabajo contribuía a esa persistencia, así como la fe absoluta en que no tenía otra vocación que la de escritor", afirma. "Si hay algo en lo que creáis firmemente, sed fieles a ello”, le había dicho una maestra años antes, y Sillitoe no lo había olvidado.

Este texto (escrito originalmente en 1993 pero que se detiene aproximadamente 30 años antes "porque sería demasiado aburrido escribir sobre una mera enumeración de libros") trata de esa fidelidad y de la capacidad de la literatura de corregir una vida, incluso una que ha comenzado tan mal: no es la mejor obra de Sillitoe y su traducción la perjudica notablemente, pero está narrada con honestidad y rectitud, que son cualidades que escasean en la literatura en nuestros días. No solo por esas razones, Sillitoe se lo dedica a Donald Morrison, el lector de la editorial W. H. Allen que recomendó su publicación a principios de 1958, cambiando su (hasta entonces muy desafortunada) vida y, de paso, las nuestras como lectores.

La vida sin armadura. Alan Sillitoe. Traducción de Antonio Lastra. Impedimenta. Madrid, 2014. 327 páginas. 22,70 euros

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_