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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miércoles

Nadie puede olvidar que muchos musulmanes son las primeras víctimas de ese deseo de amedrentar, de impedir la expresión libre

David Trueba

Los españoles, por desgracia, saben mucho de terrorismo. Por eso quizá no les resultará tan asombroso asomarse a la tragedia de ayer en París, al atentado contra los miembros de la revista satírica Charlie Hebdo. Sabemos que el absurdo encuentra razones por imposible que parezca. Que una célula armada hasta los dientes asesine a periodistas y humoristas en su redacción en nombre de la religión basta para explicar el fenómeno. No hay duda de quiénes son los mártires, quiénes son los héroes, quiénes tienen alguna fe, quiénes hacen el mundo más habitable en un esfuerzo que dura siglos, entre tropiezos y salvajadas. No hay duda de dónde reside la humanidad. Y como no hay dudas, porque el mero acto, su enunciación, ofrece todo el significado, conviene no perder el ánimo.

Podemos remontarnos a la persecución contra Salman Rushdie, contra Hirsi Ali y Theo van Gogh o contra los caricaturistas daneses. En septiembre de 2012, Charlie Hebdo publicaba una de sus portadas habituales después de las amenazas y los intentos de silenciarlos. Prohibido burlarse, “Faut-pas se moquer”, se decían entre un musulmán y un judío caricaturizados como los personajes de Intocable, el éxito de taquilla del cine francés, que servía de título y advertencia sobre el peligro que se cernía sobre la libertad de expresión. Lo que nos parecía entonces ejemplar, pelear contra quien se considerase intocable, nos lo tiene que parecer hoy más. La sátira, el humor, la crítica, han escrito la mejor historia de la humanidad, porque han contribuido, en cada estación de la evolución, a hacer más libres a las personas.

Nadie puede olvidar que muchos musulmanes son las primeras víctimas de ese deseo de amedrentar, de impedir la expresión libre, los derechos fundamentales de hombres y mujeres, bajo autoridades políticas e intelectuales sin arrojo para combatir desde dentro el mal. Eran esos derechos los que a su modo frontal y gamberro defendían los profesionales de Charlie Hebdo. A ellos no se les ofrece ningún paraíso, porque no creían en algo así, sino en la sencilla y cotidiana conquista de cada miércoles, cuando su revista desembarcaba en los quioscos para reírse de todos y de todo. Este ha sido el primer miércoles del año 2015. Hasta el miércoles que viene, Charlie.

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