Voces de las troyanas de Leningrado
Las mujeres fueron esenciales en la defensa de la ciudad, que Hitler no logró doblegar. La investigación de Simmons y Perlina amplía la visión sobre el terrible asedio
Sofia Nikoláievna Buriakova era ama de casa en Leningrado. Su vida cambió radicalmente con la invasión alemana de 1941 y el asedio a la ciudad. Al comenzar este, pasó un mes cavando trincheras antitanque, luego sirvió en la defensa civil. A su hermano lo asesinaron para robarle la cartilla de racionamiento, que significaba seis gramos más de pan. En marzo de 1942 murió su padre de agotamiento: con 79 años, iba y volvía caminando a la fábrica, donde hacían cinturones de munición para el frente. Sofia consiguió llevar el cadáver hasta uno de los cementerios de la ciudad, metido en un ataúd improvisado con tablones. Pero no pudo enterrarlo en una tumba individual. Logró que aceptaran sepultarlo en el margen de una fosa común, aunque hubo que sacarlo del ataúd y envolverlo en una sábana. De camino, volvió la vista varias veces: "Me pareció que el rostro de papá, que no había quedado cubierto con la sábana, me miraba con un reproche tácito. Me había pedido que no lo enterráramos en una fosa común. Toda mi vida he sufrido punzadas de remordimiento por no haber sido capaz de cumplir la única petición que me hizo mi padre".
El de Buriakova, que recuerda la dificultad corriente de enterrar a los seres queridos en la ciudad sitiada —como si no bastara el dolor de perderlos—, es uno de la treintena de testimonios que se recogen en Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado, una colección interesantísima de textos variados (diarios, cartas, memorias, entrevistas y prosa documental) recopilados para mostrar la experiencia del asedio desde una singular perspectiva de género. Ellas, las mujeres, las blokádnitsy, las asediadas, las modernas troyanas (aunque en Leningrado tuvieron un papel muchísimo más activo que en Troya), componían la mayor parte de la población civil y fueron las verdaderas protagonistas.
"Todos estamos en el corredor de la muerte", escribió la artista y enfermera Liubov Vasilevna Shapórina. En el asedio murieron más de un millón de civiles, lo que supera a los muertos que ha tenido EE UU, civiles y militares, en todas las guerras libradas ¡desde 1776 hasta ahora. El protagonismo de las mujeres, en el valor, la abnegación y el sufrimiento, lo recalcan las autoras del libro, las investigadoras Cynthia Simmons, profesora de Estudios Eslavos en la Universidad de Boston, y Nina Perlina, del departamento de Lengua y Literatura Eslavas en la Universidad de Indiana y superviviente del sitio de Leningrado, que padeció de niña.
Entre las cosas más emotivas está la pena de las mujeres por la pérdida de su feminidad a causa de los brutales efectos físicos del hambre. "Nuestro aspecto es espantoso, la ropa nos cuelga como si fuéramos una percha", escribe Evguenia Shavrova. Es destacable, sin embargo, que los hombres morían de inanición antes que las mujeres porque el cuerpo masculino tiene menos grasa y su sistema cardiovascular es menos fuerte.
El libro contribuye enormemente a ensanchar nuestra visión del asedio de la primera gran ciudad de la Europa continental que Hitler no consiguió conquistar, desmonta tópicos y ofrece numerosos datos (no dejen de leer el magnífico prólogo del historiador Richard Bidlack), como que Leningrado era ya antes de 1941 uno de los mayores centros de fabricación de munición de la URSS y estaba preparada para la guerra —tenía la experiencia de la Guerra de Invierno contra Finlandia—, con una economía movilizada y militarizada. En 1940, las mujeres ya eran el 47% de la mano de obra. En diciembre de 1941, a los tres meses del asedio, el 90%. Con los hombres en el frente, Leningrado se convirtió en "una ciudad de mujeres", y el cerco, en "una experiencia de mujeres". Ellas no dejaron de trabajar para proteger a su ciudad y a sus familias.
Entre las cosas más emotivas
Hicieron mucho más: defender Leningrado inmovilizaba a cientos de miles de soldados alemanes que podían haberse dirigido contra Moscú y protegía el corredor hacia el Sur del vital armamento estadounidense que arribaba a Múrmansk.
La historia de Leningrado y su asedio, en continua revisión, se desarrolla a muchos niveles: la hostilidad de Stalin hacia la "segunda capital" de la URSS, las diferencias entre la versión oficial de la heroica resistencia y la realidad hecha de sucesos mucho menos edificantes —la universalización del mercado negro, el robo generalizado de comida, los 2.000 detenidos por canibalismo (abundaban los cadáveres sin nalgas)— o el papel de la religión.
Los textos seleccionados nos adentran en muchos de esos ángulos de la historia del asedio y ofrecen información directa y privada que va más allá de los relatos habituales acerca de las raciones misérrimas, el pan con serrín y el frío. El que haya testimonios de mujeres de la élite intelectual de la ciudad proporciona amplitud al abanico de experiencias. Una bailarina del Mariinski, Vera Kostrovitskaia, denuncia que la directora las obligaba a bailar aunque no se aguantaran de pie: incluso La muerte del cisne.
La calidad y el interés de los textos varían mucho y quizá se sacrifica demasiado la amenidad en aras de la cantidad y el interés histórico. Es interesante comparar este libro coral con otro reciente como es el diario de la adolescente Lena Mujina (Ediciones B, 2013). Aquí son muchas las que recuerdan lo que era comer gato.
Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado. Cynthia Simmons y Nina Perlina. Traducción de Joaquín Fernández-Valdés y Gemma Deza Guil. La Uña Rota. Segovia, 2014. 400 páginas. 18,90 euros
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