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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La duquesa

A la duquesa de Alba no la ha pintado un esmerado y tozudo artista, la ha pintado Telecinco en sus tertulias de mesa camilla y los programas de sobremesa mal llamados del corazón

David Trueba

La duquesa de Alba ha muerto sin tener un Francisco de Goya que la pintara. A la duquesa de Alba no la ha pintado un esmerado y tozudo artista que rondaba la Corte para sostener la genialidad de su pincel y su arte contra viento y marea, y hasta contra su propio país, al fin y al cabo murió en el exilio como tantos otros talentos. No. A la duquesa de Alba la ha pintado Telecinco en sus tertulias de mesa camilla. A la duquesa de Alba la han pintado los programas de sobremesa mal llamados del corazón con sus micrófonos a pie de coche, a la salida de los toros, en el posado fotográfico de entrada a algún sarao. Es el signo de los tiempos. Podemos lamentarnos, pero es tan inútil como escupirle al reloj. Nadie sabe si en el futuro para ofrecer un retrato preciso de su XVIII heredera, habrá que recurrir a una exposición en palacio de pantallas de tele donde salga ella con su voz herida contestando preguntas y bailando en la boda tardía donde se ganó al país.

Porque en un país empobrecido y tocado, donde hay niños que ya no hacen tres comidas, la aristocracia tradicional no le ha hecho ni un guiño solidario al siglo XXI. Y sin embargo la más renombrada cabeza de familia latifundista se ha metido en el bolsillo al pueblo llano, que es más bien un pueblo pedregoso y lleno de pliegues y a menudo poco previsible en sus filias y fobias. Su popularidad llegó por la rebelión en la ancianidad, por sacudirse el yugo del retiro cuando ya le tocaba dejar paso a las portadas de los hijos, por renunciar a la discreción y casarse en la edad en que a uno se le fractura la cadera con tan solo estornudar. No conocen los españoles, a los que se aparenta tener tan informados, ni una pizca de las anécdotas profundas de la duquesa de Alba, que dan para una sobremesa de cena hasta las claritas del día. No son aptas, me temo, para menores de edad y el espectador televisivo español, no nos confundamos pese a la apariencia libertaria, es siempre tratado por las cadenas como menor de edad. Ha sido ese amor de España por lo estrafalario, ese cariño por quien le regala espectáculo y feria, el que se ha expresado de nuevo.

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