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Negro que te quiero negro

Granada celebra el centenario del nacimiento de José Guerrero con ‘The Presence of Black’, una nada previsible inmersión monográfica en los años americanos del pintor

'Lavanderas' (1950), de José Guerrero.
'Lavanderas' (1950), de José Guerrero.

José Guerrero (Granada, 1914-Barcelona, 1991) fue un artista extraordinariamente español y europeo, y esa doble condición se pone de manifiesto en la pintura de sus años americanos (1950-1966), de clara influencia mironiana, por el uso de la línea, y matissiana, por su ferocidad cromática. El pintor andaluz fue también un precursor de los “combinados” de objetos sobre tela que hicieron célebre a Robert Rauschenberg en 1964, año en que el jurado de la Bienal de Venecia le distinguió con el gran premio. Era la primera vez que un artista norteamericano recibía el Nobel de las artes. Antes de aquella fecha, y a lo largo de tres lustros, la modernidad se había abonado a enormes telas manchadas de colores y salpicaduras, un abstraccionismo ideal, custodiado por una docena de torrentosos y atormentados pintores, entre los que destacó el prototipo de artista moderno americano: Jackson Pollock. Con el triunfo del pop art, el expresionismo abstracto se metamorfoseó en prácticas como el happening, la danza contemporánea y la abstracción excéntrica. Claes Oldenburg vació chorros de esmalte sobre sus hamburguesas y tartas de chocolate, Richard Serra creó esculturas lanzando hierro fundido contra los rincones de su estudio, y Yayoi Kusama y Louise Bourgeois sembraron campos de excrecencias fálicas, como si se tratasen de vegetación invasiva. Definitivamente, Nueva York le había robado la idea del arte moderno a París.

La sintaxis pictórica de José Guerrero revela a un expresionista menos romántico que disciplinado. Era, por así decir, más Motherwell que De Kooning. Tenía una relación con el arte muy psicoanalítica, pues concentraba toda su energía dentro del cuadro en lugar de desbordarlo. La tela se convertía en un depósito de memoria, reconocible en sus primeras pinturas con escenas de lavaderos granadinos —seguramente recuerdos maternos— o en las más orgánicas, con sus arcos nazaríes y predominio de negros vibrantes y casi transparentes, ocres y blancos. Son los colores de su infancia.

Veinte años después de su antológica en el Reina Sofía, Granada celebra el centenario de su nacimiento con una inmersión monográfica en sus años americanos. José Guerrero. The Presence of Black es una cuidadísima selección de óleos, grabados, frescos y murales repartidos en dos sedes, la capilla del palacio de Carlos V, dentro del recinto de la Alhambra, y el Centro José Guerrero, e incluye abundante documentación (correspondencia, carteles, catálogos, fotografías, películas) que obliga al espectador a ir más allá del estereotipo de pintor expresionista como un ser incomprendido, idealista, obsesivo, borracho casi siempre y suicida.

Los comisarios, Yolanda Romero y Francisco Baena, han hecho un trabajo nada previsible. A los lienzos cedidos por diversas colecciones y museos norteamericanos se suma material inédito para el público español, como los delicados grabados que Guerrero realizó a principios de los cincuenta en el legendario e innovador Atelier 17, fundado en París por Stanley William Hayter y que tanto influyó en los artistas del expresionismo neoyorquino; o los “murales portátiles”, una suerte de bricolages precursores de los combine paintings, creados con materiales de construcción pintados (ladrillo industrial, silicatos, uralita, pizarra, cemento). En ellos, el artista conseguía un juego de texturas muy resistentes a los cambios de temperatura, con colores de gran transparencia y frescura. En los años siguientes —finales de los cincuenta y primeros sesenta— se produce el cambio de escala y el paso de las fantasías biomórficas a un gesto más explosivo. Estallan las grandes masas de color, con rojos fuego, azules y escarlatas.

Como epílogo de la muestra se exhiben los dibujos que Guerrero hizo en 1965 durante un viaje por diversos enclaves de Cádiz, la vega y la sierra granadinas con su esposa, la periodista norteamericana Roxane Whittler Pollock. El óleo que mejor relata su vuelta a casa es La brecha de Víznar (1966), que años más tarde daría origen a la serie de pinturas con el motivo del asesinato y desaparición de Federico García Lorca. El cuadro de la brecha fue su juego de cajas chinas más íntimo. En la representación del rojo sangre y el negro túmulo, el pintor se reconocería a sí mismo en su luto, en su lucha frente a la enfermedad.

The Presence of Black. 1950-1966. Centro José Guerrero. Calle de los Oficios, 8. Capilla del palacio de Carlos V. La Alhambra. Granada. Hasta el 5 de enero.

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