“Las reconciliaciones son un espacio de desacuerdo”
La peruana Claudia Salazar Jiménez escribe desde Nueva York sobre el horror de los años de plomo y Sendero Luminoso. Y se interesa por la relación entre sexualidad y poder
Llegó a Nueva York en 2004 para hacer un doctorado en NYU. El tema que decidió investigar fue la construcción de la imagen del autor en textos autobiográficos de escritores contemporáneos iberoamericanos. Claudia Salazar Jiménez (1976) venía de Lima y aún tardaría casi una década en sumarse, ella misma, a la nómina de escritores de ficción. Su primera novela, La sangre de la aurora (Animal de Invierno, 2013), ya va por la tercera edición, y ha recibido este otoño el Premio de las Américas. "El germen fueron ocho paginitas que escribí en 2007, como parte de un curso de la maestría en escritura creativa en NYU. Eran escenas sueltas, no quería un orden lineal porque la violencia destruye, y eso es lo que trataba de contar, la confusión que envuelve la violencia, cuando apenas puedes darte cuenta de lo que está pasando", explica. Este verano ha sacado además Escribir en Nueva York. Antología de narradores hispanoamericanos (Caja Negra), una selección en la que ha mezclado textos de ficción y no ficción de autores que han vivido recientemente en esa ciudad. Ahora prepara nuevas antologías, trabaja en relatos y tiene un proyecto para una novela juvenil corta.
Salazar habla sentada en la luminosa cocina de su apartamento de West Harlem, un espacio abierto y colorido con una nevera llena de vistosos imanes de ciudades, y una pared de ladrillo visto, que se comunica con el salón y el sofá naranja, rodeado éste por las ordenadas estanterías con un par de cámaras antiguas. Ahí mismo, en la mesa de la cocina junto a una ventana con vistas al río Hudson, cuyo alféizar sostiene un jardincito de diminutos cactus, en su ordenador portátil, Salazar plasmó las tres voces femeninas que conducen su escueta novela, en la que también trabajó en la biblioteca de NYU ("con vistas al Empire State y al Chrysler") y en Lima, durante los veranos. En apenas ochenta páginas, La sangre de la aurora recoge el eco del brutal agujero negro en la historia contemporánea de Perú, de los años de plomo y Sendero Luminoso: el crac de los hachazos que atraviesan cuerpos y crean frases violentamente sincopadas; las conversaciones mundanas y taimadas de la alta sociedad limeña ("existe un cierto mito en Lima sobre lesbianas que celebraban fiestas muy cerradas"); o los discursos marxistas formulaicos de la guerrilla. Una campesina, una profesora convertida en guerrillera y una fotógrafa homosexual de la clase alta narran la poliédrica historia. "Sentí que no había otra manera de contar la carga de violencia desde el punto de vista femenino. Me interesaba hablar de la relación entre sexualidad y poder, de la mujer como víctima, pero también de cómo toma el control de su cuerpo", apunta.
El jurado que le otorgó el premio, presidido por Fernando Iwasaki, asemejó la estructura fracturada de su libro "al dolor que provocan las esquirlas después de la explosión". Pero esta novela sobre el Perú de los ochenta arranca con un apagón, un recuerdo que Salazar conserva de la Lima de su niñez, cuando arreciaba la lucha. "De mis 6 a los 16 años fue cuando esto ocurrió. Hoy, hay quien dice que en Lima no se sabía lo que pasaba, pero ¡sabíamos! Había paros armados y atentados en cualquier parte", dice. "Me acuerdo sobre todo del miedo". El germen de su novela, sin embargo, fueron las audiencias públicas y el Informe de la Comisión de la Verdad de 2003 en el que declararon mujeres violadas, soldados, policías. Salazar acudió también a libros como el del antropólogo Carlos Iván Degregori, Qué difícil es ser Dios, y buscó en las páginas de El Diario, el órgano periodístico de Sendero —"me llamó la atención la teatralidad del discurso y del grupo, como ese famoso vídeo en el que en el momento más crudo de la guerra se ve a la cúpula bailando Zorba el griego"—.
Tranquila, risueña y discreta, Salazar confiesa que escribe desde los 8 años —"sobre todo pequeños guiones teatrales, que quemé"—. Empezó Derecho antes de volcarse en la literatura. Ha escrito mucho, pero se demoró en publicar, resume, y cuando lo hizo buscó un sello pequeño: “Quería tener mucha libertad. Me interesa el movimiento de pequeñas editoriales en América Latina, que buscan rescatar la literatura”. En las clases que imparte en el college Sarah Lawrence trata de “enseñar críticamente a cuestionar lo que parece evidente”. Esa es una veta que recorre también su primer libro, considerado por algunos una lectura terruca (senderista) de la historia, para otros, reaccionaria. "Esos tirones muestran que esto es una herida no procesada en Perú como sociedad", dice. "Yo quería provocar reacciones con el libro. Las reconciliaciones son un espacio de desacuerdo que hacen visibles las cosas que pasaron".
Cuestión de gustos
1. ¿En qué libro se quedaría a vivir? En Orlando,de Virginia Woolf, porque es una novela que atraviesa un montón de periodos históricos y espacios.
2. ¿A qué autor de todos los tiempos invitarías a cenar? A Susan Sontag. Tenía muchas ilusión por conocerla cuando llegué a Nueva York, y me quedé con las ganas.
3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida como escritora? Cuando le puse el punto final a la novela y la mandé al editor.
4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? Uno que tuviera que ver con un tema que no me interesara nada.
5. ¿Qué libro se le cayó de las manos? Gargantúa y Pantagruel, de François Rebelais, se me cayó de las manos.
6. ¿Qué hizo el último fin de semana? Estuve en San Juan de Puerto Rico y participé en el Festival de la Palabra.
7. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? El éxito. Verlo como algo vinculado al dinero o a una fama efímera.
8. ¿A quién daría el próximo premio? A las mujeres y a los hombres sobrevivientes de conflictos armados.
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