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Guitarras rojas

La RDA intentó crear un pop elemental para consumo propio. Terminó tolerando un rock convencional, que en el fondo alentaba sueños subversivos de consumismo y libertad

Diego A. Manrique
Antigua foto promocional de la cantante de la RDA, Nina Hagen, y su banda.
Antigua foto promocional de la cantante de la RDA, Nina Hagen, y su banda.

Imaginen dos hermanos enfrentados. Atados espalda contra espalda, cada uno aparenta despreciar lo que hace el otro. Es la mejor solución: las cuerdas, los nudos han sido colocados por gigantes mucho más poderosos. Regularmente intercambian insultos, recriminaciones. Pero late la curiosidad: con disimulo, se miran por encima del hombro.

Con 1.400 kilómetros de frontera, imposible pretender ignorar cómo vivía el vecino. Eso significaba que los jóvenes de la RDA estaban al tanto de lo que sonaba en la RFA, para consternación de las cabezas pensantes del partido, convencidas —y no andaban equivocadas— de que aquella música juvenil era un caballo de Troya.

Nina Hagen consiguió permiso para emigrar; terminó en Londres cuando florecía el movimiento punk, que ella adaptó a su mitología particular

Una solución: crear ídolos propios. Y ritmos aprobados, como el lipsi. El sello discográfico estatal, Amiga, se vio obligado a grabar a artistas pop. Acostumbrado a músicas más domesticadas, el monopolio se resistió todo lo que pudo: los dos primeros recopilatorios, Big beat, salieron en 1965… y no hubo nada parecido hasta los setenta, cuando nacieron colecciones como Rhythmus o Hallo.

El breve deshielo de 1965 también trajo el estreno en elepé de una cantante (modosamente) yeyé, una enfermera llamada Ruth Bradin, acompañada por una banda voluntariosa, Die Sputniks. Ah, alguien pagó por la audacia de titular el disco Teenager-Party. El rechazo del inglés se mantuvo hasta bien entrados los setenta, cuando los populares Puhdys lanzaron Rock’n’roll music, con versiones de rockeros estadounidenses.

Amiga racionaba los lanzamientos de artistas occidentales: en 1965 solo editó un elepé de los Beatles; en 1966, otro de Ray Charles; al año siguiente se publicó una recopilación de Joan Baez. Y pararon hasta 1973, cuando salió un disco de… la italiana Rita Pavone.

Existía un mecanismo de censura cercano al del franquismo: un comité revisaba las letras, dando la aprobación (¡o no!) para entrar en los estudios de Amiga. Que estaban bien equipados, según recuerda Víctor Manuel, que grabó allí un elepé durante una “visita de solidaridad”. El asturiano y sus músicos fueron pagados generosamente, unos marcos que gastaron con urgencia: nada valían una vez traspasada la frontera.

El control gubernamental en medios y espacios de conciertos resultaba abrumador. Estaba vetado Wolf Biermann, uno de aquellos cantautores con guitarra de palo capaces de fascinar al público con sus monólogos (y una eficaz técnica instrumental, en su caso). El pecado de Biermann: se consideraba más comunista que los integrantes de la nomenklatura, a los que tildaba de reaccionarios. En 1976, de gira por la República Federal, fue despojado de su nacionalidad y —para su consternación— obligado a vivir en la Alemania capitalista.

El control gubernamental en medios y espacios de conciertos resultaba abrumador

El estrambote: Biermann era el padrastro de Nina Hagen, entonces al frente del grupo Automobil. Alegando ser hija biológica de Wolf, Nina consiguió permiso para emigrar; terminó en Londres cuando florecía el movimiento punk, que ella adaptó a su mitología particular.

En los setenta, finalmente, despegó un movimiento de grupos potentes, el llamado Ostrock. Se beneficiaba de las cuotas radiofónicas: el 60% de la música emitida debía venir de la RDA o el bloque comunista. Aunque cualquier disidencia ideológica era castigada severamente. En 1975, el Klaus Renft Combo fue disuelto por orden del Ministerio de Cultura: sus dos elepés desaparecieron de las tiendas y algunos miembros conocieron la cárcel.

Por entonces, visitar una tienda de discos en la Alemania Oriental parecía un viaje en el tiempo. Los nombres de algunos grupos parecían propios de los años sesenta: Modern Soul Band, Stefan Diestelmann Folk Blues Band, Team 4. Podían contener sorpresas: por imposición de la burocracia, se mantenía el nombre mientras la música había evolucionado.

Pero no surgió nada parecido al krautrock de la RFA, con su propósito de hacer tabula rasa de la dominante cultura estadounidense. Al contrario: los hijos rebeldes de Eric Honecker necesitaban, querían sonar occidentales. La paradoja final: hoy, el catálogo de Amiga es propiedad de una multinacional, Sony Music.

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