Orwell disparando con letras
En sus cartas y diarios, empuña la pluma como un arma para defenderse ante la posteridad
En Escritor en guerra, la compilación de sus cartas (1937-1943) y diarios (1940- 1942) que publica ahora Debate, el autor de Rebelión en la granja usa cada línea para dialogar con el lector. George Orwell nunca escribe solo para sí mismo, jamás piensa que esté ejecutando un acto íntimo sin trascendencia pública. Al contrario, el autor empuña la pluma como si fuera una metralleta con la que defenderse frente a la posteridad, el juez implacable que vendrá a calificar su actitud frente al horror de los totalitarismos, la tragedia de la guerra y las mentiras de la propaganda. El resultado es un retrato de otro tiempo, vivido con pasión a través de los ideales, descrito con la pausa de las cartas (a veces aburridas, a veces deliciosas), y consumido sin comodidades: ni agua caliente, ni luz eléctrica, ni dinero, ni comida. Así malvivió este "izquierdista disidente" que línea a línea baila agarrado a los fantasmas de sus contradicciones y mete al lector en un torbellino lleno de altibajos, con momentos apasionantes e instantes para la siesta. Lo normal en una personalidad poliédrica como la de Orwell, un tipo siempre al borde de la pobreza, experto en la cría de gallinas y la agricultura de subsistencia. Un idealista al que la vida coloca entre la espada y la pared con una enfermedad crónica que le impide disparar un solo tiro en la Segunda Gran Guerra: "Hay que morir luchando y tener la satisfacción de matar antes a alguien", escribe decepcionado.
No es este un relato de los horrores de la Segunda Guerra Mundial al estilo periodístico de la obra homónima de Vasili Grossman, ni una colección de fotos fijas con las que retratar la guerra civil española como el A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Irregular y a veces tedioso, sobre todo cuando describe la estancia terapéutica del autor en Marruecos, Escritor en guerra mezcla el agudo análisis de la alta política de la época, las penalidades de un escritor que junta letras con el único objetivo de alimentarse y la escalofriante cotidianidad de la guerra, cuando las alarmas antiaéreas acaban convirtiéndose en compañeras de sueños. Ahí, en el relato de sus vivencias en la Barcelona de la Guerra Civil o en el Londres asediado por los aviones nazis, se despliega el Orwell más incisivo, el Orwell más brillante, el Orwell que se paladea y disfruta. Uno que planea cómo contener una invasión alemana de Reino Unido. Uno que sale a todo correr de su casa, víctima de un incendio, y se sorprende consigo mismo por acarrear las armas y no la máquina de escribir. Uno que observa cómo se raciona la cerveza, que en los mercados hay tanta escasez como para que se vendan pescados de agua dulce o que las tiendas italianas de Londres cambian de nombre para no pagar las consecuencias de la guerra. En resumen, a Orwell el mundo le llega a provocar asco porque siente que está hecho por políticos de todo o nada y una mayoría de ciudadanos de blanco o negro sin término medio. "Dentro de un año", escribe sobre la falta de opiniones críticas en los diarios, "veremos titulares así: 'Bombardeado con éxito un orfanato en Berlín. Niños abrasados'. No hemos llegado a tanto, todavía, pero vamos por buen camino".
Cuanto mayores son las penurias, más afilada es la mirada de ese hombre complejo que es Orwell, el policía imperialista de India, el guerrillero herido en la Guerra Civil, el propagandista de la BBC y el autor capaz de acudir al juicio de la posteridad denunciando lo que Nikita Kruschev no haría público hasta 15 años más tarde: "No se me ocurre un ejemplo mejor de la superficialidad moral y emotiva de nuestro tiempo que el hecho de que ahora todos seamos más o menos pro-Stalin. El asesino repugnante está de momento de nuestro lado, de manera que las purgas, etcétera, se olvidan de repente".
Con sus diarios, al revés que con sus cartas o las de su mujer, ocurre lo contrario. Permanecen en la memoria como disparos de denuncia hechos con tinta y letras.
Escritor en guerra Correspondencia y diarios, 1937-1943. George Orwell. Traducción de Miguel. Temprano García. Debate. Barcelona, 2014. 468 páginas. 31,90 euros (electrónico: 12,99)
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