Historia de un éxito
'Sorolla y Estados Unidos' pone de manifiesto cómo la notoriedad alejó al pintor del espíritu de la época y, por tanto, de conseguir un lugar destacado en la historia del arte
En estos momentos en los que se vive en España un fracaso generalizado, resulta gratificante visitar una exposición dedicada a un éxito indiscutible, el que protagonizó Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, 1923) en Estados Unidos en los años 1909 y 1911. Pero hay que cuidarse tanto del éxito como del fracaso porque la historia provoca a veces extrañas jugadas: así, mientras que Picasso está abriendo en París un nuevo mundo a la representación con el cubismo, Sorolla está cerrando en Nueva York una etapa, protagonizando los éxitos de público y ventas más sorprendentes de la época. La pujanza económica de Estados Unidos desde el periodo previo a la Exposición Colombina (Chicago, 1893) propició la aparición de una nueva clase social: los millonarios, que intentaron sacudirse el pelo de la dehesa adoptando las formas aristocráticas propias de las viejas monarquías europeas, convirtiendo la elegancia en lujo y reeducando sus modales asistiendo a conciertos, exposiciones y representaciones teatrales que pasaron de la escala de lo doméstico a lo democráticamente multitudinario.
Mientras que Picasso es apreciado en París por un reducido círculo de connaisseurs, Sorolla es aclamado en Nueva York, durante un mes, por más de 160.000 personas que visitaron su primera exposición. Mientras que Kandinsky editaba en Múnich 50 ejemplares del catálogo de la exposición de Der Blaue Reiter (1912), Sorolla agotaba una edición de 20.000 ejemplares de la suya. Ciertamente, hay muchos elementos para analizar y valorar con justeza estos datos que hoy pueden parecer sorprendentes, entre ellos el escaso interés por la modernidad artística de una sociedad y unos coleccionistas que se habían enriquecido apresuradamente en actividades industriales ajenas a la sensibilidad de la creación, sin embargo, la historiografía acude aquí en defensa de Sorolla, quien se vio sorprendido por un éxito que le desbordó. Con independencia tanto de los acontecimientos sociales como de los avances que Picasso o Kandinsky aportaron al arte contemporáneo, Sorolla fue un gran pintor con un impresionante dominio de la técnica, tanto del dibujo como del color, que aplicaba con pincelada segura, fue un agudo observador de los efectos de la luz, del resplandor solar sobre los cuerpos mojados y supo captar la atmósfera de los lugares.
Empieza la exposición mostrando los orígenes naturalistas del pintor y sus inquietudes sociales, que le condujeron a dejar de lado tanto los recursos compositivos del clasicismo como a apartarse de los cánones de la belleza, con dos cuadros ¡¡Otra Margarita!! (1892) y Triste herencia (1899), que fueron premiados pero, precisamente por su temática, no adquiridos por el Estado español, y se sigue mostrando cuadros de playas y figuras que atraviesan paisajes mediterráneos con horizontes altos y luminosidad simbolista. Pero los ricos norteamericanos lo que le pidieron al artista era pasar a la historia a través de retratos que tuvieran un aire velazqueño y una apostura clasicista.
A pesar del éxito obtenido con sus escenas playeras deslumbrantes de sol, de reflejos en el agua, de movimiento y de alegría anticlásica, los encargos de Archer M. Huntington para la Hispanic Society, que ocuparon los últimos años de su vida, condujeron al artista a dedicar su talento y su esfuerzo a representar los estereotipos del paisanaje español, alejándose del espíritu de la época en la que pintaba y, por tanto, de conseguir un lugar destacado en la historia del arte.
Sorolla y Estados Unidos. Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Hasta el 11 de enero de 2015.
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