Escoceses en España
Oleadas de grupos escoceses nos empezaron a llegar a partir de los años ochenta. Desde Simple Minds para abajo, todos aterrizaban aquí para hacer promoción y/o dar conciertos. A veces, costaba descifrar su pronunciación pero en general eran cordiales y manifestaban una genuina alegría por estar en España. Ya saben: que el público español y el escocés compartían el gusto por vivir y la necesidad de hacer cada concierto algo inolvidable.
También hubo malentendidos. Los Bluebells se quedaron chafados cuando tocaron Y viva España, convencidos de que era una manera de agradecer tantas atenciones, y el público madrileño les pitó. Recuerdo con pavor la noche que hice de cicerone de Alan McGee por Malasaña. El fundador de Creation Records, futuro orquestador del fenómeno Oasis, iba pasado de copas y se empeñaba en sobar a desconocidos, un gesto de fraternidad hispano-gaélica que no fue entendido en bares como La Vía Láctea.
En aquellos grupos, había unanimidad en rechazar la salida nacionalista. Podían burlarse de los ingleses e indignarse ante las derrotas de su selección en Wembley pero aseguraban que el Scotish National Party era cosa rural, de paletos. Los únicos militantes del SNP que traté fueron The Proclaimers, los gemelos Charlie y Craig Reid. Nada simpáticos, como si les costara reconciliar su estrellato global con la obligación histórica de cortar los vínculos con los ingleses.
Encontré otros dos hermanos que sí resultaron razonables y que ofrecían algo más que argumentos viscerales. Eran Pat y Greg Kane, que encabezaban Hue and Cry. Decían que Escocia sí creía en el concepto de sociedad, al contrario que Margaret Thatcher. Y eso les condenaba a la frustración: aunque votara izquierdista, Escocia dependía finalmente del Parlamento de Westminster, sólidamente controlado por los conservadores.
Pat Kane era elocuente. Enfatizaba que, con o sin perestroika, Escocia estaba en primera línea de la Guerra Fría, con sus bases de submarinos nucleares. Y nada tenía de paleto: su banda había trabajado con productores neoyorquinos, con músicos de Los Ángeles. Pero Hue and Cry se aferraba a Glasgow. Esa era la decisión esencial, aseguraba. Comprendía que Annie Lennox, Jack Bruce, Ian Anderson, Jimmy Sommerville, los Cocteau Twins y mil más se hubieran buscado la vida en Londres. Pero entendía como un deber político residir, trabajar en Escocia.
Sin renunciar a sus labores musicales, Pat ha desarrollado un perfil público eminentemente independentista. Fue considerado como momento decisivo en el camino a la emancipación cuando Kane, en las votaciones para rector de la Universidad de Glasgow, derrotó a Tony Benn, la venerable cara radical del laborismo; ya se manifestaba el desafecto escocés con el antiguo partido dominante.
Sigo a Kane en sus columnas para The Guardian y The Sunday Herald. Aunque muy atento a los debates de Slavoj Zizek y demás pensadores heterodoxos, suele buscar el matiz pop en la pelea dialéctica por la separación de Escocia. Denunció lo absurdo del mensaje de David Bowie a favor de mantener la unión, transmitido por… ¿Kate Moss? Eso es nuevo, David: ¡activismo a través de una supermodelo! No he visto, sin embargo, que comente el apoyo de Morrissey al secesionismo escocés. Lo entiendo: hace no demasiado, el excantante de los Smiths se envolvía, literalmente, en la Union Jack, mientras hacía equilibrios con el sentimiento de la xenofobia.
¡Ay, los cantantes de pop! Maravillosas veletas que se mueven al viento que sopla sobre su ego. ¿Importa lo que digan, lo que canten? El mismo Kane se arrepiente de sus arrebatos cuando interpretaba su mayor éxito, Labour of love, en Inglaterra: el público aplaudía y un airado Pat les recriminaba que nada habían aprendido de la letra si seguían votando a “ese monstruo” (Thatcher).
Cara al referéndum del jueves 18, no envidio su papel como voz razonable del independentismo. Gane el sí o el no, al día siguiente Escocia estará dividida por un muro de frustraciones, sospechas, recriminaciones.
Babelia
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