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Constelación latina

'Bajo el mismo sol' lleva al Guggenheim neoyorquino el arte latinoamericano de hoy

A.B.C. (2013), de Amalia Pica.
A.B.C. (2013), de Amalia Pica. Daniela Uribe

¿Cuándo una identificación geopolítica pasa de ser una estrategia coyuntural de representación para transformarse en una fórmula aceptable? La pregunta la formulo en el contexto de la exposición Bajo el mismo sol: arte de Latinoamérica hoy —que el comisario Pablo León de la Barra ha organizado para el Museo Guggenheim Nueva York— porque, a pesar de la favorable opinión que merece la muestra, me parece que las cartografías de nuestro tiempo, y las que exploran los artistas involucrados en esta muestra, han venido experimentando un giro que articula una ruptura con lo geográfico, a partir de formulaciones, posiciones y lenguajes abiertos o inconcluyentes de reconocimientos, identificaciones o proyecciones, ya sean locales o transnacionales, con Latinoamérica.

Para empezar, la muestra se enmarca en “La iniciativa de arte global Guggenheim UBS Map”, que según Jürg Zeltner, CEO del UBS Wealth Management, se propone transmitir “una visión completa de las regiones más dinámicas y evolutivas del mundo” y alinear “una perspectiva global y cultural con nuestra experiencia en los mercados emergentes”. ¿Totalizar y homogeneizar económicamente la diversidad cultural? ¿Aplicar una fórmula Monsanto al arte? Desde luego esa no es la intención del comisario, sino la finalidad condescendiente de esta iniciativa que el Guggenheim ya ha extendido hacia Asia y que próximamente se ocupará de África. Para León de la Barra, por el contrario, la exposición “puede entenderse como un intento de redefinir los mapas culturales dentro de las Américas, de eliminar fronteras y de crear nuevas relaciones entre diferentes centros artísticos”. “A pesar de las contradicciones y conflictos en nuestras historias tanto coloniales como modernas y de las peculiaridades que deben ser reconocidas y respetadas”, para este comisario de origen mexicano y también de pasaporte británico, “todos vivimos bajo el mismo sol y debemos aprender a reconocer que lo que está ocurriendo en otros lugares es tan importante como lo que está ocurriendo en nuestro entorno inmediato”.

'A Logo for America' (1987), de Alfredo Jaar.
'A Logo for America' (1987), de Alfredo Jaar.

Para ello, De la Barra ha desplegado casi medio centenar de obras de más de cuarenta artistas en las salas del segundo y cuarto pisos del museo, adyacentes a la rotonda principal del legendario Guggenheim neoyorquino (y no es que los latinoamericanos no hayan hecho todavía méritos para exponer en el mítico espacio principal; Nancy Spector organizó una muestra de Félix González-Torres en 1995). El despliegue es, pues, algo apretado, aunque preferible, en este caso, a ese devanado y tortuoso remolino de Frank Lloyd Wright que engulle todo lo que no lo asuma o lo transforme irreconocible. Y esa escasez de espacio —agotado este hasta lo insospechado entre pasillos y barandas—, apenas si permite distinguir dónde empiezan las diferencias de lo que De la Barra entiende por conceptualismo, modernismo o participación, o dónde terminan las del activismo político o la tropicología, que son los temas abiertos entre los que el comisario quiere articular la muestra. Ello, en todo caso, nos ayuda a establecer nuestras propias lecturas y narrativas, y a involucrarnos, “física y mentalmente”, como expresamente desea el comisario, para entrar a formar parte activa de la exposición.

La muestra se propone establecer una relación entre artistas de generaciones anteriores como Rafael Ferrer, Luis Camnitzer, Juan Downey, Marta Minujín, David Lamelas o Alfredo Jaar —sus ideas, formulaciones o resoluciones políticas y discursivas— con generaciones más recientes, como las de Javier Téllez, Paul Ramírez Jonas, Donna Conlon y Jonathan Harker, Tania Bruguera, Minerva Cuevas, Regina José Galindo, Mariana Castillo Deball, Mario García Torres o Carlos Motta, que abarcan tanto y con la misma complejidad y rigor que aquellos. Se agradece también la presencia ineludible, interactiva, de Carlos Amorales, Rivane Neuenschwander, Amalia Pica y Carla Zaccagnini, así como las complejas sutilezas de Wilfredo Prieto, Damián Ortega, Jonathas de Andrade, Tamar Guimarães o Erika Verzutti. Dominique González-Foerster es, sin duda, la invitada sorpresa en una reunión heterogénea y relevante donde podríamos echar de menos a tantos artistas como los que están presentes. Pero esa sería otra historia.

Por lo demás, esta muestra de instalaciones, pinturas, fotografías, esculturas, vídeos y dibujos, que a veces provoca y otras veces invita a reflexionar, que a veces suena y otras veces denuncia o nos permite jugar, no se propone unificar ni resumir nada, sino reflejar aproximaciones y contigüidades, fragmentaciones y discontinuidades, a veces polifónicamente y otras veces apelando a heterotopías.

El análisis que despliega De la Barra tampoco trata de contextualizar históricamente las obras que presenta, ni las condiciones de su producción, sino como ejemplos de la actualidad, insinuando cómo ciertas situaciones y sucesos políticos, económicos, sociales o culturales han afectado, se reflejan o se referencian en el arte y la producción de estos artistas latinoamericanos contemporáneos. Precisamente en estos argumentos descansa la relevancia y la probable influencia de esta muestra, inconclusa porque apunta hacia su propia continuidad.

Under the Same Sun: Art from Latin America today. Museo Guggenheim Nueva York. Hasta el 1 de octubre. La muestra viajará al Museo de Arte Moderna (MAM) de São Paulo y al Museo Jumex de la Ciudad de México en 2015.

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