La exposición de Hamilton en el Reina Sofía es para 'gourmets' del pop
La muestra del Reina Sofía sobre el artista de culto es completa, combina lo antiguo con lo reciente, lo temporal con lo espacial y lo único con lo seriado
"Mira, parece un rollo de papel higiénico” —se escucha a la mujer decir delante de un cuadro. “Sí, sí, lo es” —responde el hombre que la acompaña—. “Pone ‘suave’, además”. Nadie diría que se trata de la conversación en un museo, más concretamente, en una sala del Reina Sofía. Nadie sospecharía que los comentarios, hasta cierto punto extravagantes ante una “obra de arte”, se refieren a la pieza de uno de los artistas más emblemáticos de los años sesenta, uno de los “pop” de culto: frente al masivo Warhol, un artista para minorías.
O quizás es justo la conversación previsible si se tiene en cuenta cómo los visitantes atrapados por el icono nada edificante —en apariencia sólo un rollo de papel higiénico— se hallan delante de un creador fascinante e iconoclasta: Richard Hamilton. El mencionado cuadro pertenece a la mordaz serie de los setenta del siglo XX donde unas flores anticuadas comparten espacio con el citado rollo y, aún más, con un motivo escatológico que no se esconde, sino que se manifiesta orgulloso como punto de partida para reflexionar, también, sobre lo elegante, lo clásico; lo que impone la mirada y presenta como algo que debe ser obviado, no mostrado, escondido, en ese juego de desvelamientos en el cual Hamilton es maestro.
Pero convendría empezar el relato desde el principio o, al menos, desde el que suele narrarse como el principio oficial del pop inglés, movimiento al cual pertenece Hamilton. En el año 1956 se presenta una exposición que va a delinear toda una época: This is tomorrow (Esto es mañana). En ella se muestra por primera vez un pequeño collage que va a dar la vuelta a los libros de historia del arte: ¿Qué hace a los hogares de hoy tan atractivos, tan diferentes? En dicho collage no falta ninguno de los iconos de la publicidad moderna, una mirada con frecuencia burlona sobre esos objetos idolatrados por los medios —la carrera especial incluida—. Son las cosas de los hogares modernos descritas en esta obrita, que en la muestra del Reina Sofía —suponemos que por su fragilidad— ha sido sustituida por una reproducción fotográfica de los noventa realizada por el propio Hamilton.
En el collage, tantas veces reproducido, aparecen los iconos de la publicidad que vuelven a emerger martilleantes a lo largo de la prolífica carrera de Hamilton —y la exposición— y que hacen pensar cómo los pop —utilizando una generalización que siempre debe ser matizada— no copian los medios, sino que vuelven la mirada hacia las mismas cosas que interesan a los medios —los objetos del mundo moderno—, una mirada socarrona que, pese a lo que se comente con frecuencia, no es sólo inglesa sino norteamericana, pues si el collage de Hamilton está lleno de referencias irónicas, ¿no hay cierta ironía nostálgica en los retratos de Marilyn o Jackie Kennedy de Warhol?
Esos mismos electrodomésticos toman formas abstractas en otra obra mítica que se puede también ver en el Reina Sofía y que llena de emoción la mirada de los mitómanos, $he —la “s” como el símbolo del dólar—, donde objetos cotidianos han sido reducidos a líneas, quizás porque los pop ingleses, frente a los norteamericanos, no tienen que rebelarse contra las formas no figurativas de la Escuela de Nueva York, sino contra la melancolía de los paisajes de la Escuela de Cornualles.
Son los mismos pequeños electrodomésticos que se rescatan en sus “estudios de tostador”, precisos y elegantes, de los años sesenta, reflejo del mundo sobre su superficie de espejo, a los cuales regresa Hamilton en 2008, deconstruidos, mezclando, como ocurre en toda la muestra, las décadas de forma muy hábil, teniendo en cuenta la brillantez del autor hasta los setenta y las obras más dudosas de las décadas posteriores, incluso para aquellos hechizados por Hamilton. Esa es una de las grandes cualidades de este proyecto comisariado por Vicente Todolí y Paul Schimmel, que llega a Madrid tras su paso por la Tate Modern de Londres: haber seguido un orden cronológico que de pronto se obvia, propiciando inflexiones que sirven para construir cesuras y hasta para “arropar” precisamente algunas de esas últimas obras, quizás menos excitantes, incluso para los espectadores no tan avezados. Se trata, sin lugar a dudas, de un prodigio de relato, sorprendente y riquísimo, donde se ha sabido combinar la serialidad con la unicidad; lo antiguo con lo reciente; lo temporal con lo espacial.
No es la única cualidad de esta, por otra parte enciclopédica, exposición, donde resulta complicado encontrar algo relevante que falte —es conmovedor tener juntas las obras citadas y algunas tan memorables como I’m dreaming of a white Christmas o Swingeing London, tantas veces reproducidas en los libros sobre el movimiento— , aunque a decir verdad tampoco sobra casi nada, llegando a pasajes de un lirismo impresionante, tal y como ocurre con los primeros trabajos abstractos.
En todo caso, la propuesta más brillante es la reproducción de algunas muestras de Hamilton, desde la que desvela su temprano interés por la ciencia hasta la citada This is tomorrow, o la casi concreta propuesta de 1957, donde se juega con las superficies reflejadas y distorsionadas sobre los paneles de metacrilato que obligan al espectador a centrarse en la antiiconicidad experimentada un año después en $he.
Esta muestra para gourmets ofrece además momentos espléndidos, como el juego de retratos con polaroid que Hamilton pide a sus amigos artistas y que recorren casi la totalidad de su carrera. Lo más divertido de esta serie, tan sugerente, es el modo en el cual en muchas de ellas Hamilton se metamorfosea en los ojos de quienes le miran, formando una especie de juego de retratos autorretratísticos, muy relacionados con los de otras salas. Es muy divertido, por ejemplo, el modo en el cual Warhol le convierte en un objeto de deseo homosexual o Gilbert and George en el tercero en concordia. Una muestra que no defraudará a los seguidores de Hamilton —o a sus adoradores más bien— y que creará, seguro, nuevos adeptos entre quienes no le conozcan quizás tan bien, pero que seguro se convertirán a Hamilton después del paseo. Eso sí, es una muestra densa que los neófitos deben visitar con paciencia, saboreando la propuesta, tratando de desvelar esa línea de recorrido que traza un relato insospechado de Hamilton, como una historia vuelta a narrar.
Richard Hamilton. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. Hasta el 13 de octubre.
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