El banquete fue basura
Ganó Argentina un partido que merecían haber perdido ambas selecciones. Y cuentan que el patriotismo alcanzó el éxtasis en ese país con victoria tan bochornosa
Refiriéndose a un político que fue muy poderoso, alguien que le trató en diversas ocasiones apreciando notables virtudes en su personalidad, también destacaba como algo exótico en los gustos de esta persona (mejor dicho, en los disgustos) su absoluto desinterés por el cine y su convicción de que era ínfimo el número de películas que este hombre culto y leído había visto a lo largo de su vida. Mi sectarismo, del cual me siento orgulloso al observar que se ha convertido en la descalificación favorita y gratuita que utiliza el facherío con carnet de demócrata, se mosquea inevitablemente ante alguien que desprecie el cine, me asalta la sensación de que no tendría sentido cruzar ni dos palabras con los que desdeñan lo que me ha regalado tanta felicidad. Pero si me detengo a pensar qué representa el cine para cada espectador, descubro que es absurdo generalizar el significado del cine.
Yo he encontrado durante toda mi existencia el nirvana no con el cine, sino con un tipo variado y heterodoxo de películas, que no tienen por qué coincidir con los amores de otros cinéfilos. Si cuando era niño me hubieran contado que las esencias del cine se concentraban en la mayor parte de las películas que acostumbran a programar los festivales, igualmente venerado por casi todas las revistas especializadas, es seguro que me hubiera borrado del cine a perpetuidad, sin la menor concesión al masoquismo.
Con el fútbol ocurriría lo mismo. Si para contagiarme la pasión hacia este juego mi padre y mi madre me hubieran llevado cuando era pequeño a ver una semifinal del campeonato del mundo, en la que se supone que vas a ser testigo del arte y el espectáculo que aportan los mejores a este deporte, como la que perpetraron el miércoles Argentina y Holanda, hubiera sentido infinito estupor y hastío, estaría inoculado para siempre del valor del fútbol.
Ganó Argentina un partido que merecían haber perdido ambas selecciones. Y cuentan que el patriotismo alcanzó el éxtasis en ese país con victoria tan bochornosa. El aburrimiento que he sentido durante ese tormento prorrogado se transforma en alucinación cuando en una entrevista posterior al exultante Mascherano este asegura que ha sido un partido brillante en el que Argentina ha jugado con inteligencia extrema. Pobre inteligencia. Cuántos disparates intentan refugiarse en ella, insultarla, degradarla.
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