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Hermoso regresa al futuro

El rejoneador firmó ayer una obra de arte y el público de Pamplona ni se enteró

Antonio Lorca
El rejoneador Pablo Hermoso, en su faena en Pamplona.
El rejoneador Pablo Hermoso, en su faena en Pamplona.álvaro barrientos (ap)

Pablo Hermoso de Mendoza firmó ayer una obra de arte y el público de Pamplona ni se enteró. Suele ocurrir en las mejores familias, pero triste guasa es que suceda cuando un torero a caballo se agiganta en su pueblo, se relaja, se siente inspirado, traza una faena sobrenatural y el tendido ni la aprecia ni la saborea porque un pinchazo precedió a un rejonazo en todo lo alto. No es justo y también triste que ni siquiera se le concediera la vuelta al ruedo a un artistazo que dibujó el rejoneo del futuro.

Bien es cierto que Hermoso se encontró con un toro de excepcional comportamiento. El animal se dejó la vida persiguiendo a los caballos y lo hizo siempre con una clase infinita, lo que permitió el lucimiento del caballero y sus monturas; y la verdad es que Hermoso cuenta con una cuadrilla equina de arte supremo. Napoleón, Disparate, Viriato y Pirata le acompañaron en ese primer toro, y todos ellos parecían conjuntados en un alarde de imaginación y creatividad.

LORENZO / HERMOSO, GALÁN, ARMENDÁRIZ

Toros despuntados para rejoneo de Carmen Lorenzo, bien presentados, nobles y de excelente juego; destacó por su clase y son el primero.

Hermoso de Mendoza: pinchazo y rejón en lo alto (ovación); pinchazo y rejón en lo alto (oreja).

Sergio Galán: pinchazo y rejón trasero y bajo (ovación); pinchazo y rejón caído (oreja).

Roberto Armendáriz: rejón delantero y bajo (dos orejas); rejón atravesado y un descabello (oreja). Salió a hombros.

Plaza de toros de Pamplona. 6 de julio. Segundo festejo de San Fermín. Lleno. Llovió torrencialmente a partir del cuarto toro.

Qué forma más torera de recibir al toro, en un palmo de terreno, incansable el caballo en las medidas vueltas sobre sí mismo mientras el toro parecía imantado a la cola que lo engañaba y jugaba con él una y otra vez. Con ese toro, que parecía un mecano fabricado para el éxito, se divirtieron un torerísimo Disparate, dueño del temple, y Viriato, valentísimo. La suavidad y la clase del portador de los pitones se complementaban con la inteligencia de un caballero en plenitud de gozo y el instinto torero de los caballos. Lo importante no era tanto que Hermoso intentara clavar según mandan los cánones -eso importa poco en el rejoneo actual-, sino la sensación de que estaba ofreciendo una clase magistral de lo que será el rejoneo del futuro: un toro henchido de bondad y una cuadra artista que templa, se pavonea y disfruta ante su oponente.

En fin, que la actuación de Hermoso fue una delicia para los sentidos, pero, ¡ay!, pinchó con el rejón de muerte, y el toro tardó en caer, lo que fue motivo suficiente para que sus paisanos le pagaran con la indiferencia. Allá cada cual, pero es de esperar que alguno cayera en la cuenta de que acababa de asistir a un espectáculo sin igual. Le concedieron la oreja en el cuarto, cuya lidia se desarrolló bajo una lluvia torrencial que continuaría hasta el final del festejo, y en la que Hermoso volvió a sobresalir, especialmente en un par de banderillas cortas a dos manos.

A Sergio Galán le tocó la muy difícil papeleta de salir al ruedo tras la cumbre de su compañero. Es un rejoneador de categoría, pero la obra de arte anterior no permitía comparaciones; quizá por eso, su actuación, siempre a gran altura, fue sobria y pulcra. Más animoso si cabe se comportó ante el quinto, cuando llovía con furia y los espectadores de los tendidos huían despavoridos de la tormenta. Volvió a templar muy bien, se dejó llegar muy cerca los pitones y culminó su meritoria actuación con un brillante par a dos manos.

El triunfador de la tarde fue Roberto Armendáriz, menos placeado y con futuro, pero las tres orejas fueron un premio excesivo a su reconocido pundonor y total entrega. En su primero dio muchas carreras y pasadas en falso antes de templar con soltura y matar con habilidad de un feo rejonazo. El mismo público que ignoró a Hermoso por un pinchazo le pidió las orejas y el presidente, en un alarde de incompetencia, las concedió. Tuvo la gallardía de lidiar el sexto cuando el ruedo era ya un patatal enfangado y persistía la lluvia. No decepcionó, se jugó el tipo de verdad y la oreja final, esta vez sí, fue un merecido premio a su vergüenza torera.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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