Ventajismo
Lo más inquietante de la escena pública española es percibir un cierto desprecio al Parlamento.


Lo más inquietante de la escena pública española es percibir un cierto desprecio al Parlamento. Empieza a ser un lugar común que incluso se mencionen los resultados de encuestas sociológicas puntuales para contrastarlos contra la aritmética parlamentaria salida de las urnas. Por tres veces, en el programa de Pepa Bueno, Cayo Lara negó la legitimidad a la mayoría parlamentaria actual en vísperas del debate sobre la Ley de Abdicación, apoyado en el incumplimiento programático del partido en el Gobierno. Pero la legitimidad, por más que estemos de acuerdo en el disgusto general, es innegable. Tanto en el Parlamento nacional, que sostiene el Gobierno de Rajoy, como en la Cataluña donde Artur Mas preside con los votos afines, como en Andalucía o Madrid donde herederos de partido sustituyen a los ganadores en las urnas, como en Extremadura, donde el pacto es entre partidos de extremo opuesto.
Quizá por eso el debate parlamentario sobre la Ley de Abdicación sonaba enrarecido, con posiciones esencialistas exhibidas en el día equivocado. Será cuando tome posesión el heredero y se conforme una nueva corriente para llegar a las elecciones cuando sería bueno que todos los partidos pusieran a disposición de los votantes sus opciones declaradas sobre las materias principales que afectan a la nación. Porque del mapa electoral resultante se extraerán legitimidades más profundas que las que proclaman tanto cacareo.
Entre las rarezas del debate estuvo la dialéctica nacionalista, que se apropia de la parte buena de la historia común, disfruta de los réditos económicos o sociales, pero inculpa de todos los desmanes, las desgracias y las injusticias a la bandera de enfrente. Pero cuando desnudas el ventajismo y recuperas el respeto por las formas democráticas, la admiración por un país que se rige de manera civilizada, el azar te juega la mala pasada de que el diputado elegido por sorteo para arrancar la votación de la ley orgánica es nada menos que Andrea Fabra. Que se jodan, pareció pensar el duende de la lotería. Y ahí volvió ese lamento que nadie escucha para que los partidos no degraden la legitimidad democrática con sus apaños caciquiles, sus listas cargadas de corruptos, sus arbolitos genealógicos internos y su penosa manera de gestionar la confianza que los ciudadanos les otorgamos.
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