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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el aire

Siempre he controlado mi miedo, pero cada vez que el aparato se detiene me repito mentalmente: "De otra que me he librado"

Carlos Boyero
Barco remolcador confundido con un avión accidentado en Telde.
Barco remolcador confundido con un avión accidentado en Telde.

Creo que el nombre de la enfermedad es aerofobia y supongo que los tratamientos psicológicos, la hipnosis o los brujos pueden ofrecer su curación, pero en mi caso no he recurrido a esas terapias. Hasta el momento, y después de 45 años volando más de 500 veces en aviones, creo que siempre he controlado mi miedo, no monto números, no clavo los dedos en el brazo del vecino cuando la caja voladora atraviesa turbulencias demasiado encabronadas. Pero cada vez que el aparato se detiene en tierra me repito mentalmente: “De otra que me he librado”. Y no me sirve de nada los incontestables datos y estadísticas de que la posibilidad de accidentes es remota en los aviones, que es mucho más fácil que la palmes o quedes tullido cuando te desplazas tocando la tierra o en medio del mar. Pero jamás convivo con la aprensión o el terror viajando en tren (lo encuentro plácido, también se presta a la ensoñación y al recuerdo, tienen algo cinematográfico y literario), en coche o en barco.

Mi aerofobia no la provoca el pavor a que se acabe tu estancia en la tierra. Es la forma en la que puede ocurrir, la dilatación del tiempo en ese accidente. No concibo mayor serenidad ni valentía que la de un señor japonés que le escribió una carta muy larga a su familia en los 30 minutos que tardó su avión en estrellarse.

Debido a ello, me sensibilizo hasta el extremo cuando los aviones estallan o se estrellan. Me resulta fácil y escalofriante colocarme en la piel y en el corazón de los que iban dentro. Y, como todo el mundo, flipo con ese avión malasio que parecía haberse esfumado, algo que la tecnología actual consideraba imposible. Y trato de imaginar la estupefacción desolada de la gente que amaba a los desaparecidos. Es dudoso que, a diferencia de Spielberg, ninguno de esos familiares creyera en la posibilidad de que los marcianos se hubieran apoderado del avión con el fin posterior de establecer un idílico encuentro en tercera fase con los humanos.

Y cómo no entender que cuando se altera la estadística con un accidente de avión, aparezcan múltiples alarmados testigos confundiendo a una gabarra que transporta una grúa con un avión que ha caído al mar. El final, afortunadamente, es cómico, pero las raíces son trágicas. Volar es para los pájaros.

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