Fascinación (entre placer y creencia)
El autor aporta sensaciones y argumentos históricos y artísticos para apuntalar su rendida fascinación ante ‘La Virgen con el Niño y ángeles’, de Jean Fouquet, obra invitada en El Prado
La Virgen con el Niño y ángeles, obra de Jean Fouquet perteneciente a la colección del Museo de las Colecciones Reales de Amberes, que se encuentra expuesta actualmente en el Museo del Prado dentro del programa La obra invitada, solo puede ser calificada como “fascinante”. Esta pintura formó parte de un díptico encargado por Étienne Chevalier, singular tesorero de Carlos VII y Luis XI de Francia, para la iglesia colegial de Melun en torno a 1456. Hoy, al acercarnos a ella, se convierte en toda una sorpresa por lo que de imprevisto propone.
En 1919, el historiador y filosofo holandés Johan Huizinga (1872-1945) adscribió la obra a la más absoluta decadencia medieval, a un lugar enfermizo y peligroso donde el sentimiento erótico y el sentimiento religioso se unirían. Todavía hoy en día es frecuente escuchar rechazos similares en la sala 57A del Prado. Esa tensión entre forma y contenido se convierte en una cierta “incomodidad” (en realidad, algo mucho más importante) para algunos espectadores, revelando quizá el lado más anacrónico de la religión en el contexto contemporáneo.
Fouquet concibe la pintura para el ambiente religioso de su época, abrazando un vértigo y un riesgo visual que hoy serían prácticamente imposibles, y que denotan, paradójicamente, el grado de contemporaneidad en la concepción de la imagen religiosa de ese momento; su pintura propone una modernidad basada en una figuración que podríamos llamar “problemática”: Fouquet abandona la rutina estética, planteando un despliegue a una escala hasta entonces desconocida, a pesar de sus referencias ineludibles a las tradiciones italiana y flamenca, que conoce perfectamente; sus tres colores: azul, blanco y rojo, apuntan a los colores de la monarquía y, hoy, a los de la bandera francesa. Se nos hace difícil entender esta obra en una Francia, la actual, en la que la propuesta del siglo XV no cabe en el decálogo del creciente Frente Nacional.
La Virgen con el Niño y ángeles genera, con su potencia, dos lugares: uno, donde existe, es decir, existía ya, la obra; otro, donde se sitúan los que se acercan a ella en cada época, construyéndola también, recibiéndola, un lugar donde se activarían los traumas de algunos espectadores a lo largo del tiempo, ese rechazo ante una imagen que resulta ser una construcción irreal, cabalgando entre la sexualidad que emana de un cuerpo imposible y su condición de Virgen-reina.
El cuerpo de esta Virgen, que toma como modelo a Agnès Sorel, amante del rey Carlos VII, se forma desde una hiper-artificialidad, una piel sin imperfección humana, un tratamiento cuasi tecno o una sensualidad que, fruto y alimento a la vez del inconsciente colectivo, proyecta el deseo. Este cuerpo no es tan distante de los androides del vídeo de Bjork All is full of love (1999), dirigido por Chris Cunnignham, o los anymatronics que Alexander McQueen presentaría en su desfile para Givenchy del mismo año, donde el diseñador de moda exploraba otras formas experimentales y alternativas al cuerpo humano, en este caso unos maniquíes blancos con miembros entre anatómicos y robóticos. Y quizá por eso mismo, la pintura de Fouquet, este cuerpo objetual (su condición de “máquina”), interesó tanto a algunos de los artistas del llamado “realismo mágico”, la nueva objetividad de los años 20 del siglo pasado.
Huizinga se refería a esta obra como imagen de la impiedad, la peligrosidad y la blasfemia, casi sin parangón en todo el Renacimiento. Pero, a pesar de lo seductor que puede ser tanto rechazo, si eliminamos ese negativo moralizante, ¿con qué nos quedamos? ¿Cómo podemos leer hoy La Virgen con el Niño y ángeles? ¿Acaso como un ejemplo perfecto de ese malestar en la cultura diagnosticado por Freud, donde el lugar de la cultura es el espacio de la insatisfacción y el sufrimiento, donde lo sexualizado se convierte en culpa? ¿O cómo una pieza esencial de la contra-historia del arte de todos los tiempos que habríamos de leer más que a partir de otras pinturas, a partir de ciertos textos clave, entre ellos varios, precisamente, de autores franceses: los de Bataille en primer lugar; pero en seguida los de Pacal Quignard (El sexo y el espanto o sus relatos medievalizantes) o Jean Clair (comenzando por De inmundo)?
En el presente, pocos autores como estos dos últimos, Quignard, Clair, acusados más de una vez de reaccionarios, han reflexionado con tanta intensidad sobre el papel del arte en el espacio de lo sagrado y en el espacio de lo sexual. El cuerpo de Fouquet alude al mundo de lo carnal pero también al celestial y al espiritual, alimentando toda suerte de instintos, elevados o infernales (por parodiar a Huizinga al fin). Y la sorpresa a la que aludíamos antes es una sorpresa que para Quignard se produce solo ante la revelación que sugieren las grandes obras de arte, por un lado, y el encuentro sexual entre los amados, por otro. Fascinación, se llama a esa figura; y la etimología de la palabra es, como ya sabrán ustedes, de raíz sexual.
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