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Tentaciones
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TENTACIONES

Perdido en (y por) la música

Contra edita en castellano el libro de memorias de Giles Smith, de The Cleaners from Venus, libro musical favorito de John Peel y Nick Hornby

Giles Smith (derecha) en su etapa como The Cleaners From Venus.
Giles Smith (derecha) en su etapa como The Cleaners From Venus.

El pop no es la banda sonora de la vida de Giles Smith: es su vida. Cuando no se atrevía a decirle algo a una chica, no tenía problema en regalarle aquel álbum de Stevie Wonder con un verso aparatoso (“Haces que mi alma arda como una hoguera”) subrayado en la contraportada. Y cuando apila y ordena sus discos, se convierte en “una combinación de un archivista que teme perder su trabajo y una ardilla tremendamente paranoica”. Antes, en los ochenta, tocó en la pequeña gran banda The Cleaners from Venus (Captured Tracks está reeditando sus gloriosos discos) y ahora escribe sobre deportes en The Times, aunque jamás ha abandonado esa obesión de Capitán Ahab por encontrar el estribillo más grandioso que ya relataba en Lost in Music: Una odisea pop, probablemente el mejor libro sobre música pop escrito desde la autobiografía más intransferible. Unas memorias de perdedor indispensables que Contra presenta al fin en castellano.

Un día de noviembre de 1971 Giles Smith escuchó a Marc Bolan y aquello fue como una aparición mariana. Se volvió loco. Cazó Jeepster en Radio Luxembourg, de modo que ese riff infeccioso llegó a sus oídos envuelto en interferencias de “la previsión metereológica noruega”. En aquella época, cuando ni siquiera le habían crecido todos los dientes, era casi más fácil segregar a la gente entre fans de Slade y T-Rex que entre niños y niñas. Y ese niño se pasó semanas intentando encontrar a su ídolo por las calles de Colchester, la ciudad más aburrida de Gran Bretaña según una de las radios públicas británicas, un erial del pop que sólo podía alardear de que un día los Beatles pararon allí de paso y bajaron a comprar unos caramelos. No se cruzó con él, claro, pero quiso ser él.

Ese intentar convertirse en una estrella desde la periferia, lejos de la pompa y los focos londinenses, ese darse de bruces entre la ingenuidad del apasionado y los mandobles vitales, está en este maravilloso libro de memorias, lucidísimo, tierno y tronchante, favorito tanto de John Peel como de Nick Hornby, que escribió con 32 años. Un libro en el que explica cómo una flatulencia de un amigo mientras escuchaban el The Dark Side of the Moon lo salvó de ser ahora un cincuentón plomo con camisetas de las giras mundiales de los miembros más perseverantes de Pink Floyd. Un cajón de confesiones en los que Whitney Houston es más importante que Bob Dylan y en el que Neil Young o David Bowie pueden desdeñarse simplemente porque se asocian a alguna anécdota bochornosa. Un libro sobre la poligamia en los gustos y la renovación constante de cualquier amante del pop y en el que el fracaso brilla más que el más dorado de los triunfos.

. Escribiste este libro a los 32 años, cuando advertías en ti señales preocupantes de envejecimiento (“incluso me empieza a gustar el jazz”). Justo una edad en la que o disminuye un poco la febril obsesión por el pop o sabes que se va a quedar hasta el último de tus días. ¿Cómo sería si lo hubieras escrito con 23 o ahora?

. Si lo hubiera escrito muy joven, contendría aún más entusiasmo insobornable, pero menos bromas. La gran mayoría de chanzas provienen del punto justo en el que el optimismo más naíf se da un leñazo con las experiencias amargas. Si lo hubiera escrito mucho más tarde, la prosa habría sido un poquito mejor, pero sería algo más sutil en la mitomanía. También te digo que ese sentimiento primordial de que la música está en el centro de tu mundo estaría en todos los casos, solo que a medida que maduras y tienes más distracciones resulta más difícil hacer las maletas y visitar el centro de tu mundo tan a menudo…

. Hace un tiempo, posicionarte con una banda de música o una subcultura era fundamental para forjar un poco tu carácter, incluso para escoger a los amigos (por suerte eso se va perdiendo). Quizás ahora tenga que ver más con otras cosas, aunque puede ser que el entrevistador diga esto porque ya tiene la misma edad que tú cuando escribiste estas memorias…

Giles Smith en la actualidad.
Giles Smith en la actualidad.

Mira, tengo dos hijos adolescentes, así que puedo darte algo de información. Los objetos, tanto libros como discos, no parecen importales lo más mínimo, mientras que yo era muy consciente de que usaba todas esas cosas para darme un significado de mí mismo, para mostrarle a la gente cómo era… o cómo pensaba que era. La verdad es que no entiendo mucho por qué no quieren poseer una gigantesca montaña de plástico negro que habla por ti, pero pienso de veras que la generación de mis hijos es mucho más libres y saludable. No nos pongamos tremendistas: escuchar música y compartirla es importante para ellos. La diferencia es que ellos son libres para que les guste lo que les dé la real gana, de cualquier periodo y estilo, sin miedo a que otros se mofen de ellos. A menos que sea Justin Bieber y ni siquiera eso. Mientras te escribo, uno de mis hijos está haciendo sus deberes en la cocina y en su teléfono suenan los Pixies (le he tenido que preguntar qué era). Pero hace un ratito eran The Monkeys. Me llega música del piso de arriba donde mi otro hijo está escuchando a Aztec Camera. Todo es menos categórico ahora y a mí eso me parece fabuloso.

Ya, hombre, pero en el libro hablas de cuando intercambiar una foto de una chica desnuda por enseñar un disco nuevo era un trato justo… No sé si me imagino, y no corras ahora a fiscalizar el portátil del hijo del piso de arriba, la misma magia en el intercambio de un link de soundcloud por otro de Youporn…

 Sí, bueno, en el libro menciono que mi primo me enseñó una foto de una chica desnuda y que yo le mostré un disco de T. Rex. No quería sugerir que eso fuera una transacción habitual en la preadolescencia de los setenta…. ¡Fue solo una vez! Por cierto, ¿qué es YouPorn? (enviándote ahora mismo una cara muy inocente).

También hablas de esa manía de los locos de la música pop de esconder los peores discos de tu colección en los laberintos de las estanterías y de poner a la vista, para las visitas, las mejores portadas (incluso aunque no escuches mucho esos elepés). ¿Por qué crees que el amante del pop siempre está intentando proyectar esa imagen guay de él mismo? ¿Algún tipo de afección o de necesidad lastimera de pedir cariños?

 Ahora ser nerd es más fácil que antes. Parte de lo que motivó Lost in Music fue el deseo de mostrar todas esas vergüenzas y ser honesto con ellas. Una confesión: cuando hablo de los discos que descarté cuando fui a la universidad menciono exilios como el New World Record de la ELO. Después de que saliera el libro, recibí un fax de Jeff Lyne, sorpresón, en el que era muy majo con el libro pero también decía: ‘No puedo creer que descartaras mi disco y te llevaras toda esa otra mierda’. Naturalmente, la ELO eran genios del pop. Siento si me equivoqué.

 Antes de ese viaje, hablas de tu ciudad. Y es una de las partes más iluminadoras del libro. ¿Dirías que formar una banda o apasionarte por la música desde una ciudad lejos de los focos, desde la periferia, ayuda a que todo sea más puro?

 No estoy seguro de si es pureza, pero sí hay una energía aspiracional que empuja a los suburbios hacia la buena música. El hecho de no estar en el centro de la acción, pero querer acceder a esa acción mediante la música. Y normalmente ni siquiera es ira lo que surge, sino también humor. No creo que los XTC, por ejemplo, hubieran sido tan divertidos si no hubieran venido de un pueblo pequeño. Ni que hubieran sonado tan personales. Como gran parte de la Nueva Ola.

. ¿Entonces crees que no saber todo, que un acceso más limitado a la información, puede ayudarte a imaginar lo que quieras a través de las fantasías?

. Quizás suene algo ingrato decir esto: pero echo en falta la persecución de música excitante, la sensación de maravilla de ver a una banda por primera vez en la televisión. Recuerdo ver a XTC interpretando Yacht Dance en un programa y aquello permaneció en mi cabeza durante años porque no podía volver a verlo. Ahora puedes ponerlo en YouTube, cosa que he hecho. Aun así: ¿paso horas viendo en la red actuaciones antiguas de Prefab Sprout? Sí. ¿Y vídeos de los ochenta de Green Gartside cuando parecía una Princesa Diana incluso levemente más guapa? Oh, sí, lo hago. ¿Y soy feliz por poder hacerlo? Sí, de nuevo.

. Volviendo a las raíces, el lector no puede parar de reírse cuando dices que Damon Albarn de Blur perdió el acento de tu pueblo en cuanto se mudó a Londres, antes incluso de que le creciera la barba…

. La verdad es que antes desdeñaba a los que cambiaban su acento. Pero cuanto más viejo me hago, menos importancia doy a la cosa de las raíces. Como dijo Randy Newman: ¿Todo es showbusiness, no? Y para ilustrarlo comentaba que Mick Jagger no era, en realidad, un perro callejero y luchador. ¿Te lo imaginas? Sería como pelearte con una ramita. Así que ahora me inclino a pensar: canta y habla como quieras, como te haga feliz.

. También hablas de un fan de Marc Bolan que se lamenta porque han usado a T. Rex para una campaña de Levi’s y balbucea: ‘¡él ni siquiera llevaba tejanos!’ Pongamos que Coca-cola light te pide versos de Cleaners from Venus para estamparlos en sus latas…

. Están más que invitados a venir a hablar conmigo de eso. Aprovecho para invitar a Samsung, McDonalds… Sé que políticamente suena a basura. Pero es que no tengo un plan de pensiones demasiado potente. Además, a menudo escucho una canción en un anuncio y corro a comprar el disco. Así es como descubrí Fishing for a dream de Turin Brakes, que se usaba en un anuncio de detergente…

. Es tronchante cuando os reís de vuestra madre, cuando os propone a ti y a tus hermanos el nombre de The Smiths para vuestra primera banda. Le decís que es una idea ridícula…. Morrissey ha escrito también unas memorias, aunque muy diferentes a las tuyas.

. Morrissey me deja algo frío. Algunas canciones son bonitas, pero su voz me suena como la alarma de un coche. Su libro se publicó en Penguin Classic, lo cual me da la perfecta excusa para no leerlo. A ver, no me he leído todo Charles Dickens, así que, ¿por qué me iban a interesar 400 páginas de Morrissey hablando de sí mismo?

. Lo has vuelto a hacer. Criticar lo que está universalmente aceptado. En el libro hablas de cómo tienes una relación más viva con la música de Whitney Houston que de Bob Dylan….

. Es que es verdad: siento más conexión con la música de la primera, y cuando murió te aseguro que me sentí mucho más tocado que cuando His Bobness fallezca. Si te gusta la Velvet, perfecto; si te gusta A-Ha, igualmente perfecto. La forma en que me emociona ella cantando The Star Spangled Banner en la Superbowl de 1991 me llega mucho más que cualquier cosa de Dylan… ¡e incluyo el disco navideño! No lo argumento desde los méritos artísticos. Pero es que lo del mérito artístico es una etiqueta algo más borrosa de lo que mucha gente piensa. Y, diré, menos importante también.

. También defiendes la sencillez en el pop. Quizás su verdadero poder estribe en encapsular ideas profundas en tres minutos y presentarlas de una forma muy sencilla…

. Totalmente. O eso es lo que me gusta, al menos. Otra gente flipa con Radiohead. Pero lo de la canción de tres minutos sólo parece fácil en retrospectiva. Además eso es lo que tienta al compositor: ¿Cómo podría ser difícil hacer eso? Entonces te sientas a hacerlo y descubres lo realmente difícil que es. Las listas de ventas pueden estar llenas de mierda ahora, pero quiero rebatir toda esa cosa de “la edad dorada del pop”. Antes era igual. Siempre estuvo ahí.

. ¿Y sigues intentándolo?

. Tengo esta fantasía recurrente de entregar un corto pero devastador pack de baladas a lo Todd Rungren, solo con mi piano casero. Entonces lo toco, por alguna razón, en el St Mary’s Art Centre de Colchester. La gente (antiguos amigos de escuela, profes, personas que realmente siempre me ha tenido por un mindundi) llora desconsoladamente cuando retiro las manos del piano. No tenían ni idea de que yo era tan talentoso. Ni de que podía cantar tan bien. Porque no puedo.

 

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