Pegamento
el señor Blesa, en los días posteriores a tanta evidencia de nuestra recuperación económica, volvió a comparecer en los juzgados para dejar otro titular insultante.
La coincidencia del debate sobre el estado de la nación con la salida a la venta del primer paquete de acciones de la renovada Bankia sirvió para acrecentar esa certeza de recuperación económica que empieza a ser compartida por todos aquellos que no están salpicados por la lacra del paro o no trabajan a pie de calle de cara al consumidor directo. Las coincidencias en la vida política se practican con un método consistente en retorcer el azar con las tenazas de tu agenda propia. Los elogios hacia la tarea de recuperación de aquella caja de ahorros que fue rutilante en su día contribuyen a una interpretación que quizá importune entre tanto halago. Vendría a demostrar, si es tan cierta la recuperación, que una tarea estatal encargada a profesionales, al margen de amiguismos políticos, puede funcionar, y que la nación no es siempre un pésimo patrón si vigila, orienta y apoya la labor con todos los medios a su alcance.
Lo siniestro del asunto es que parece claro que con la venta de estos paquetes accionariales, los españoles no van a recuperar las millonadas gastadas en el pasado rescate bancario. Promesa incumplida que empujó a un esfuerzo no del todo voluntario para someter a los ciudadanos a equilibrios contables que han dañado todos los servicios públicos fundamentales. Pero esa es una cuenta que nunca hacemos porque ofrecería una estampa triste que diferencia lo que interesa y lo que no interesa salvar cuando llegan los periodos de crisis.
Pero como ningún azar es del todo manejable al antojo, el señor Blesa, en los días posteriores a tanta evidencia de nuestra recuperación económica, volvió a comparecer en los juzgados para dejar otro titular insultante. Las preferentes fueron un invento que bordeaba la estafa y culpar a sus víctimas para así sacudirse la responsabilidad de líder bancario nombrado por el poder político reafirma al Blesa más firme en su línea de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Lo lastimoso es que el ataque no se hace contra aventureros atrevidos en busca de un pelotazo bursátil, sino jubilados ahorradores con confianza ciega en los directores de sucursales. Conforman esa amplia derrota ciudadana que paga los platos rotos y el pegamento para pegarlos de nuevo sin derecho a réplica.
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