Gestos
Celebrando que esa Constitución al parecer tan ajada cumple no sé cuantos años organizan múltiples debates entre los que estuvieron relacionados con su nacimient
Celebrando que esa Constitución al parecer tan ajada cumple no sé cuantos años organizan múltiples debates entre los que estuvieron relacionados con su nacimiento y la conveniencia o inconveniencia de que esta necesite una operación facial. Para que el ejercicio democrático sea completo no solo piden la docta opinión de la casta política sino también la del pueblo llano. Y alucino con el conocimiento del tema que posee este. La mayoría tiene claras las razones por las que se debe quedar intacta o cambiarla.
Lo cual hace que me ruborice por mi irresponsabilidad cívica, ya que descubro que jamás he leído la Constitución y que debo de ser el único en este país. Aunque siempre me han informado de algunas de sus esencias. Como las que aseguran que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. También el deber de trabajar (fue muy consecuente Paul Lafargue, autor de El derecho a la pereza, al suicidarse), el derecho al trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia. Esto no forma parte de un cuento infantil, no es una broma siniestra ni un invento del sarcasmo. Va en serio. Por tanto, sospecho que a los parados les da igual que reformen a la dama treintañera, que la dejen como está, o que se muera por hacer chistes a costa de los desgraciados.
Igualmente, aparece con asiduidad el personaje de Adolfo Suárez y aquel asalto al Parlamento de la caspa con tricornio. Y resulta épica la imagen de aquel tahúr del Misisipi (así lo definió la venenosa lengua de Alfonso Guerra, y, por supuesto, prefiero a ese inteligente y osado tahúr que a todos los preclaros hombres que le han sucedido en la dirección del reino) exigiéndole cuentas a los bárbaros empeñados en salvar España. Te puedes fiar de un tipo que se mantiene en pie cuando los descerebrados con metralletas le exigen que bese el suelo. O de aquel general anciano al que no consigue derribar poniéndole arteras zancadillas el jefe de las uniformadas bestias. Carrillo se quedó sentado y fumando, despreciando a los que tenían tantas ganas de ejecutarle. La actitud y el gesto de esos tres hombres podrían formar parte del gran cine. Y valen más que un millón de palabras vacuas defendiendo la democracia.
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