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La realidad excéntrica de Deborah Colker

La bailarina y coreógrafa Deborah Colker celebra el vigésimo aniversario de su compañía de danza

La bailarina y coreógrafa Deborah Colker (Río de Janeiro, 1961) celebra durante estos días el vigésimo aniversario de su compañía de danza contemporánea, una de las propuestas más osadas y aplaudidas de las revitalizadas artes escénicas brasileñas. La troupe de Colker representa la punta de lanza de la danza contemporánea en su país, con un envidiable patrocinador exclusivo desde 1995 (Petrobras) que le da libertad de maniobra para innovar y alejarse de los caminos que recorren aquellos que no buscan más que pulsar los resortes del mercado. Con espectáculos de vanguardia anclados en conceptos como movimiento y espacio, Colker y sus bailarines han recorrido más de 140 países y conquistado premios como el Laurence Olivier (2001) o el que concede el Ministerio de Cultura de Brasil (1997).

“Hacemos un trabajo sofisticado, preciso y comunicativo, que dialoga y establece una complicidad con el público, que tiene una base filosófica construida sobre los conceptos de la dramaturgia”, explica Colker en el intervalo de un ensayo. Sobre esta base de fuerte calado filosófico, la coreógrafa carioca ha diseñado espectáculos como Casa (1999), que usa un predio de tamaño real para reflexionar sobre la falta de espacio en las grandes urbes, cada día más atestadas de enormes edificios en los que se hacinan las familias.

Según Colker, el éxito de su compañía se debe al hecho de que hace “algo especial que toca a las personas. No es comercial pero curiosamente tenemos una popularidad impresionante”. Piezas como Mix (1996), Velox (1995), cuya coreografía se desarrolla en una gran pared, o Rota (1997), con una gran rueda que gira mientras los bailarines se encaraman en su estructura, han llegado a un público de más de dos millones de personas en todo el mundo.

“Hacemos un trabajo sofisticado, preciso y comunicativo, construido sobre los conceptos de la dramaturgia”, explica Colker

La propia trayectoria de la coreógrafa deja entrever algunas claves de sus espectáculos. Colker fue jugadora de volley, estudió psicología y piano, y creó un número para el Cirque du Soleil. “En mis obras hay elementos de la arquitectura, las artes plásticas, el deporte, la condición humana y los deseos”, cuenta. Las piezas de Colker, efectivamente, son visualmente muy atractivas, ora estéticamente bellas, ora impactantes. En Brasil su trabajo tiene un mérito particular, pues hasta hace un par de décadas el espectáculo estuvo casi monopolizado por la industria de la música, rica en medios y reconocida planetariamente por su calidad melódica y rítmica indiscutible. Algo que reducía cine, teatro y danza a un papel casi residual. “La danza reproduce la realidad de forma excéntrica. Bailarín es alguien que tiene más que dos piernas y dos brazos; es alguien que lleva su cuerpo a la máxima potencia”, sentencia Colker, que durante estos día revisa su precioso espectáculo (2005) en el teatro João Caetano de Río de Janeiro, con todas las entradas vendidas y, a pesar de todo, funciones gratuitas para el público menos pudiente.

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