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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Venas

David Trueba
Julián Muñóz a la entrada del juzgado de Málaga.
Julián Muñóz a la entrada del juzgado de Málaga.García-Santos (EL PAÍS)

La gente que grita insultos a la salida de los juzgados lo hace por deferencia hacia las televisiones desplazadas al lugar, para dar ambientillo al corte de vídeo. Gracias a ellos, el momento funciona. Es ya un clásico en nuestras pantallas. En el último y previsible episodio, que ha tenido por protagonista a Isabel Pantoja tras su juicio, uno llega a sospechar si los que le gritaban guapa y monumento a la llegada eran los mismos que la tildaban de choriza y ladrona a la salida. España es un país donde el contenido es intercambiable, pero la forma, esa siempre es la misma. Aquí se vocifera hasta para decir te quiero y se blasfema para rezarle a Dios sin blandenguerías.

El paseíllo judicial es la alfombra roja de los tiempos de crisis. En los Oscar, incisivos periodistas preguntan a los invitados por el modisto que les ha confeccionado el traje. Al cambiar a los nominados por imputados, la pregunta es más etérea. ¿Cómo te sientes?, ¿qué tal ha ido el interrogatorio?, ¿te consideras culpable?, ¿cómo estás de ánimo? Todas estas preguntas, que suelen quedar sin respuesta, pertenecen a la retórica televisiva. Hay que hacerlas porque sí, para darle mordiente al recorrido hasta que los acusados se suben a un coche o encuentran un taxi. En realidad lo que tiene relevancia son sus gestos. Los hay chulos, atosigados, levemente frágiles o desafiantes. Y al sopesar esa reacción en pantalla los espectadores dictan la sentencia definitiva conocida como el juicio de la calle.

Ahora queda mal decirlo, pero la peripecia criminal de Julián Muñoz comienza con los votos de los ciudadanos. Ellos se inclinaron hacia el partido de Gil porque les ofrecía un corte de mangas a la política tradicional y unas gotas de glamour chabacano muy del gusto popular. Durante el juicio, el antiguo alcalde de Marbella justificó sus ingresos en negro en los cheques que recibía del partido como sobresueldo. Esa costumbre rancia está más extendida de lo que creemos. Muchos de los gritos, las indignaciones y las venas hinchadas nos la ahorraríamos si a la hora de votar se tuviese en cuenta la trascendencia del momento. Ah, pero los votantes también gritan guapos a sus candidatos por la mañana y los llaman chorizos por la tarde.

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