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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Roth

No ha sido Roth un cómodo lírico contemporáneo, sino un perro que le mordía los tobillos a la vida

David Trueba
Philip Roth
Philip Roth

Mañana cumple Philip Roth 80 años y las previstas celebraciones en sus dominios neoyorquinos, estarán teñidas por el anuncio de su renuncia a seguir escribiendo ficción. Esto, que concuerda con la vitalista manera de entender la escritura de Roth, ha sorprendido a los espectadores. Pero cuando una obra funciona con el motor de la peripecia personal, suena decente quitar las llaves del contacto si no percibes la chispa. Alfred Kazin, uno de esos críticos que a uno le gusta no ya leer sino llegar a ser, en la primera reseña elogiosa sobre Roth ya le advirtió de que aceptar la vida misma, en su inconsistencia y complejidad, era aceptar que los personajes no respondieran a un designio sino a su propia libertad.

Roth ha permitido, en sus mejores libros, que sus comentarios psicológicos o sociales se enfrenten a las ideas preconcebidas de los otros. Comenzó adentrándose en el retrato de un judaísmo íntimo que indignó a quienes aseguraban que la protección de una raza maltratada por la guerra y las persecuciones obligaba a que el retrato fuera siempre angélico y positivo. El mal judío Roth se convirtió pocos años después en sencillamente el mal americano. Porque en sus frescos de la sociedad, en el ascenso económico y personal, arrastran las miserias, las contradicciones y las derrotas particulares desde su Newark de la infancia.

Y aún tuvo tiempo de convertirse en un mal hombre, alérgico a las mordazas, que fue capaz de hablar del deseo, la libertad intelectual y la decadencia física sin algodones, dándole vueltas a la esencia de estar vivo, miembros genitales incluidos. No ha sido Roth un cómodo lírico contemporáneo, sino un perro que le mordía los tobillos a la vida. Ahora ha decidido colaborar con uno de los mejores biógrafos norteamericanos, Blake Bailey, y puede que esté construyendo la pieza final por persona interpuesta, esa que todos han querido escarbar entre sus líneas de ficción. Ya nos dejó un libro llamado Los hechos, que ayuda a esclarecer la relación entre lo real y su volcado en la ficción. Nadie ha sido más fanático que él en la creación de un mundo paralelo a la realidad con sus novelas, en las que casi nunca se ha cantado un cumpleaños feliz.

 

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