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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Relativo

David Trueba

La verdadera reforma laboral funciona de manera subterránea. Se escribe al calor de la vida cotidiana, alejada de las líneas escritas por los legisladores desde un laboratorio frío y calculador. La realidad es más flexible que las normas. Así ha pasado con el imputado en la trama Gürtel Jesús Sepúlveda, cuya peripecia de dimisiones, readmisiones y distracciones ejemplifica que la actitud de los partidos políticos frente a la corrupción depende de la presión a la que se ven sometidos, y no de la voluntad de limpieza. Los enjuagues de la trama que robaba dinero público español para transformarlo en privado y suizo los conocemos desde años atrás, pero las repercusiones en la situación laboral de algunos de sus imputados dependen del acelerador de partículas mediático.

Así también conocimos el lunes el sueldo de Rajoy en 2007, porque responder a aquella señora jubilada que tenía una pregunta para usted ha costado la friolera de seis años. Si las respuestas de los contrayentes en las bodas se aplazaran tanto, casarse sería un acto más fiable. También el caso de los trabajadores pagados con sobres de dinero negro salpica ahora a otro de los dirigentes de la CEOE. Si siguen por ese camino, entrar en su ejecutiva se va a considerar una forma sutil de prisión preventiva. El caso de Arturo Fernández adquiere resonancia porque ha sido uno de los más fervientes impulsores de los recortes de derechos laborales. Por usar un paralelismo con su tocayo, el actor Arturo Fernández, alguien a quien admiramos y queremos por su desparpajo y su personaje magistral de galán caradura, descubrir que el empresario se salta las normas laborales más primarias sería como enterarse de que el actor se hace con su ropa en un mercadillo de caridad.

La reforma laboral que este país necesitaba tendría que haber mirado más a las costumbres de pago, las inercias carpetovetónicas y el dinero negro. Acrecentar el miedo al despido y reducir el margen de los débiles para denunciar las prácticas corruptas perpetúa costumbres lesivas para la fiscalidad. Una reforma para abusar mejor y no para solventar los problemas reales. Hasta la jubilación del papa Benedicto, que tanto combatió las secuelas morales del relativismo, nos enseña que orar y laborar son difíciles de simultanear.

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