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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Al infierno

Carlos Boyero

Cuentan que antes de mangarle las mellizas a la mujer que acababa de parirlas, la difunta y escandalizada sor María se negó a que la madre les pusiera los tan exóticos como legítimos nombres de Scherezade y Desiré por considerar que estos no eran nombres cristianos. Tal vez fuera la piadosa razón para robarlas y entregárselas a una familia de orden después de asegurarle a la parturienta que sus criaturas habían muerto en la incubadora. No está claro si la conducta de la sor obedecía al fanatismo o a la codicia. A lo peor, compaginaba armoniosamente su fervor espiritual con los beneficios terrenales que otorga el vil metal. Resulta que esos bebés robados eran fruto del pecado, ya que las madres eran solteras o adúlteras. Si seguían el maligno ejemplo de estas, los niños podrían ir al infierno. O sea, que arrancarlos de la tutela materna con la más vil de las mentiras sería un acto de fe y de caridad. Y si caía una pasta, pues que esta sirviera para evangelizar a los negritos de África.

Incluso los más indocumentados intuyen que es una falacia eso de que la justicia humana castiga a los malvados. Existen fiables datos de que cuando la voracidad sexual de tantos curas hacia los niños amenazaba con el inconveniente escandalo, la jefatura eclesiástica se limitó a cambiarles de diócesis, aunque sospecho que la enfermiza afición a abusar de los desamparados no se atenúa por el cambio de aires. Solo nos queda el consuelo de que exista la justicia divina para los que creen ciegamente en ella. O sea, que los religiosos follaniños y la difunta sor María pasen la eternidad con Pedro Botero, chamuscados sin prisas y sin pausas por las llamas del infierno. Por atentar continuamente contra los mandamientos, por robar, por mentir, por cometer actos impuros, por cebarse con los glúteos de los inocentes.

Tampoco hay noticias de que la justicia terrenal ajustara sanguinarias cuentas con los verdugos argentinos que decidieron convertirse en los papás y en las mamás de los descendientes de sus víctimas, de la gente que habían torturado y asesinado, o recurriendo al eufemismo más siniestro, que los habían hecho desaparecer por arte de magia. Aunque no profesaran votos religiosos, sospecho que también eran muy píos. A joderse en las calderas del infierno.

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