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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inocentes

David Trueba

No tengan duda, los inocentes somos nosotros. No nos han pegado a la chaqueta un monigote de papel, sino una deuda del carajo, que hemos empezado a pagar con la pensión de mamá y el cole de nuestros hijos. El inocente nos recuerda la crueldad y la candidez de las personas. En una memorable película, Preston Sturges retrató cómo las inocentadas terminan con conciencia. Navidades en julio se llamó, ahora que es el Día de los Inocentes todo el año, el Abril de los Tontos cada mes.

En la televisión norteamericana, aquella clásica Candid Camera la mantenía Dom DeLuise. Recuerdo que en una ocasión asistí a una de sus grabaciones. Ya decrépito, aún encontraba fuerzas para cachondearse con los vídeos grabados a escondidas de panolis, crédulos y pardillos. Hoy en la Red muchos de los vídeos más vistos contienen confusiones, caídas, mordiscos, errores y hasta un tipo que cuando un policía le tiende el alcoholímetro lo empina como si fuera una botella. Es el mejor signo de humanidad que damos. Somos capaces de reírnos de nosotros mismos siempre que sea por persona interpuesta.

En España, explotaron la inocencia del peatón las variedades, abrieron la tele a raros y chocantes, antes de llamarlos friquis. Del programa de Íñigo hasta aquellas películas tan populares que Manolo Summers definió con su talento elocuente: Tó er mundo é güeno. Y antes de que llegara la MTV con sus inocentes extremos, que se autoinmolan para arrancar la risa del personal, y avanzáramos en el sadismo fabricado alrededor del tonto del culo o jackass, los españoles gozamos de las más altas cotas de inocentismo con el programa Inocente, inocente, tan bien elaborado que aún provoca que uno busque la cámara oculta cada vez que lo atrapa una situación absurda o un equívoco disparatado. Nada tan brutal como que Catherine Fulop se sintiera abducida por extraterrestres o al torero Rafi Camino le cayeran enanos lanzados en cañón en pleno salón de casa. Dos cimas de nuestra inocencia que viene bien apreciar hoy. Porque, ¿y si todo esto fuera una inocentada? Me creo a Rajoy de actor desconocido en una de esas mascaradas, señalándonos la cámara oculta mientras respiramos aliviados y ofendidos al mismo tiempo.

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