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Rebote

David Trueba

El desmedido empeño de gran parte de los medios de comunicación por pinchar el globo de la huelga general afilando la punta de los incidentes violentos o el piqueterismo más extremo produjo un extraño efecto rebote, porque el porrazo con el que un mosso le abrió la cabeza a un chaval de 13 años en Tarragona o la pérdida del ojo de una mujer en los incidentes de Barcelona se alzaron con el primer premio de la tómbola mediática. La autoridad competente justificó ambos hechos como fruto de un rebote. Y tanto.

Los misterios del rebote han querido que Felip Puig arrancara su legislatura de consejero de Interior con las cargas policiales a las puertas del Parlament y consume su interinidad con estos otros episodios sucedidos en el día de huelga. Si lo unimos al reincidente esfuerzo de las autoridades para indultar a cuatro mossos condenados por torturas tenemos una perspectiva interesante. Durante el gobierno del tripartito, de cuyo nombre ya nadie quiere acordarse, se instalaron cámaras de vídeo en las comisarías. Es una recomendación europea, que protege también a las fuerzas de seguridad de falsas acusaciones de torturas, al propiciar que los detenidos estén bajo constante observación. Puig propició la impunidad frente a la persecución de los excesos y quiso ganarse al gremio desenchufando las cámaras. Pero las consecuencias hicieron perder más votos a su partido que las portadas madrileñas con sabor a cloaca.

En medio de protestas generales, los propios sindicatos policiales tratan de alejarse de la utilización política que se hace de la porra, como los jueces comienzan a distanciarse de ser el brazo oficial del desahucio y los médicos alzan la voz contra el negocio turbio a costa de los hospitales. Los vídeos han vuelto a dejar en evidencia al conseller de Interior. El uso de pelotas de goma, la certeza de que nadie asume ninguna responsabilidad cuando se producen excesos, convoca a los políticos a tomarse en serio su función de enlace entre la ley y los ciudadanos. Si no, seguirán propagando esa imagen de ser los que sueltan el discurso vacío y floreado parapetados tras el escudo antidisturbios que los protege de la cruda realidad.

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