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Un caso aislado

Carlos Boyero

Se supone que un título tan revolucionario como El derecho a la pereza, escrito por Paul Lafargue, alguien tan trágicamente consecuente que al no haber disfrutado a perpetuidad de ese anhelado derecho acabo suicidándose junto a su esposa Laura, hija de Karl Marx, despertaría sarpullidos o permanentes ataques de risa en un espíritu estajanovista como el de Gerardo Díaz Ferrán, alguien con toda la pinta de pertenecer a esa reconocible y peligrosísima casta de los triunfadores que repiten incansablemente que ellos son hombres que se han hecho a sí mismos, que nadie les regaló nada, que cada billete que han ganado lo lograron con el heroico sudor de su frente.

Consecuentemente, sus colegas en el gremio empresarial, esa gente preocupada ante todo por crear riqueza para todos, por compartir una parte razonable de sus beneficios con los currantes que los hacen posibles, por guardar un remanente para que estos no pasen hambre ante la remota posibilidad de que lleguen tiempos duros por esas crisis que monta exclusivamente el caprichoso diablo, le otorgaron el timón del barco a este hombre tan emprendedor como sensato para que les representara, para que de su boquita presidencial salieran las infalibles recetas que lograrían la paz y la felicidad colectiva de dueños y subordinados, de los ejecutivos y la gleba, de sindicalistas con honra y pringados con pretensiones.

Y cuando los tiempos se tornaron tenebrosos, no ya para los de siempre, sino también para esa clase media que nunca previó ser destronada, el tal Ferrán, la voz de la racionalidad empresarial, descubrió milagrosamente que lo único que se precisaba para que España saliera del desastre era que el personal trabajara más y ganara menos. Bueno, la justicia ha trincado al gran villano, la alarma social recibe un estratégico tranquilizante. Pero hasta los habitantes del limbo conocen la función de los chivos expiatorios en la gran farsa. Es posible que incluso el balonmanista codicioso reciba un correctivo. No su esposa, por supuesto, para eso ya tienen a la tonadillera astuta. Las manzanitas podridas y aisladas recibirán ejemplar castigo. El gran lodazal ya puede respirar tranquilo.

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