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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A nadie

David Trueba

En la tele lo que te engorda te mata. Lo saben bien las series que languidecen cuando ya no contienen más que fórmula y plantilla repetida. Pero no tanto los programas. Ese es el peligro que acecha a Salvadosde Jordi Évole. Si ha logrado convertirse en un programa bandera es porque invadió territorios que le eran incómodos, porque lo hizo a tientas y sin seguridad, con un aire de humorista metido, por fin, en palabras mayores. Así sus visitas a Euskadi marcaron un antes y un después, porque se apreciaba que anduviera por el filo. Importunando de verdad.

Pero esta temporada ya sufre la primera dentellada por parte del programador, que ha decidido emitir dos entregas seguidas cada domingo. Esto de las dos entregas seguidas casi siempre es empobrecedor, como si un plato no bastara o se quisiera exprimir el limón de oro. Pero otro peligro aún mayor es el de frecuentar territorios que te ganan la palmada del seguidor. Nos pasa a los articulistas, gremio que persigue el cariño a costa de hacer madera del árbol caído y elogiar lo ya elogiado. En sus últimas entregas nos abre puertas pero con reincidencia sobre la culpa de los políticos corruptos, sus chanchulleos de partido y colocación a dedo y la penosa catarata de obras sobrepresupuestadas y sobredimensionadas.

El valor y el acierto de hablar de estas cosas en la tele, cómplice de todo lo malo que ahora nos pasa, obliga a estar alerta ante la inercia de ser felices por haber dado con el malo de la película. Cuidado que nuestro dedo no esté señalando a quien ahora toca señalar. Detrás de esos políticos hay elecciones ganadas y mucha factura inflada a favor de otros. Más allá del hortera y zafio concejal español hay una maquinaria que lo convirtió en el listo útil. Él construyó hospitales, estaciones y aeropuertos que ahora nos incomodan, tanto que aceptamos malvenderlos sin oposición. Nos empujan a despreciar lo público solo porque lo público fue penosamente gestionado, pero engordó los beneficios de los que ahora dictan cómo ha de ser el futuro. Merece la pena seguir enfangándose bajo la idea inicial de no caerle bien del todo a nadie ni tener claros los culpables de todo.

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