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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pajarería

Carlos Boyero

Se supone que los personajes de la política que tienen proyección pública, independientemente de sus convicciones, de su sinceridad o su descreimiento en lo que dicen y hacen, algo impuesto por las circunstancias o por las directrices que les exige su partido, son actores y actrices que interpretan distintos papeles ante el receptivo público ateniéndose a lo que les exigen los diversos guiones, que en ocasiones deben improvisar, que el objetivo permanente de su interpretación es no solo hechizar o conmover a los espectadores, sino, ante todo, convencer a estos de que son auténticos, que sus palabras y sus gestos responden a lo que piensa su cabeza y siente su corazón. Es probable que en otros países el nivel artístico de algunos primeros actores de la política sea excepcional (hasta el más ciego, lúcido, visceral o racional odiador de Obama tendrá que admitir que este señor es una especie de Cary Grant de la política), pero hay que hacer esfuerzos épicos para encontrar en nuestro panorama nacional esa capacidad para seducir y convencer.

Y, por supuesto, ningún partido potente cometerá la imperdonable osadía de proponer listas abiertas para que los electores depositen su confianza en las personas que les resultan fiables, o que simplemente los enamoran con su personalidad, su discurso y sus propuestas. Aunque no he ejercido nunca mi derecho a votar (y no logro convencerme de que eso sea un deber cívico), puedo entender que Suárez poseyera un notable tirón electoral o que la mayoría del pueblo español estuviera inicialmente convencida de que Felipe González era la encarnación del Mesías. A mí, me resultaba muy atractivo Pascual Maragall, su voz, su gestualidad, lo que decía y cómo lo decía. Y me resulta muy grato ver y escuchar a Patxi López, alguien al que encuentro “normal” en el mejor sentido de la palabra, que nunca me resulta hipócrita, afectado, epidérmico, convencional, histriónico ni mentiroso. Opinión que afortunadamente no comparten los batasunos que intentaban acorralarle cuando fue a votar en las últimas elecciones. Y me cuesta un trabajo tan excesivo como inútil encontrar gente en ese mundo cuya imagen me cautive, con la que deseara hablar tomando una copa.

No sintiendo la menor afinidad con el PP, no logro que me caiga mal Soraya Sáenz de Santamaría. Su respuesta a los que definen como el chocolate del loro la parcial desaparición de coches oficiales me parece antológica. Lo de “empiezas a sumar loros y te encuentras con una pajarería” me provoca un ataque de risa. Por una vez, me río no de las impunes majaderías que sueltan los políticos, sino con el ingenio de uno de ellos.

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