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El día de mañana

Carlos Boyero

Pasé la infancia y la adolescencia escuchando a mis mayores hablar con tono cauteloso, esperanzador o sacerdotal de algo trascendental que definían como “el día de mañana”. En su abstracto nombre, la gente ahorraba, padres y profesores te exigían esfuerzo en tus labores escolares, te dejaría a salvo de todo mal si tu conducta se atenía a lo que Dios manda, si seguías las normas serías bendecido en todos los aspectos de tu vida cuando llegara el día de mañana.

Imagino que ningún padre medianamente responsable y sensato se atrevería hoy a asegurarle a sus hijos que si su aprendizaje es modélico, si aprenden idiomas y acumulan conocimiento, si derraman sudor y lágrimas en su afán por convertirse en verdaderos profesionales, serán premiados con el paraíso, o tal vez solo con una existencia digna y sin sobresaltos, cuando llegue el día de mañana. El único consejo lúcido que les pueden ofrecer pensando en la estabilidad de su futuro es que se introduzcan en la clase política. El signo político da igual. Basta con que aprendan escrupulosamente las normas esenciales y no se desvíen jamás de ellas. Es probable que en los tiempos sombríos, cuando a los de siempre les roban el presente y el futuro, tengan que sufrir los insultos de la desesperada plebe, pero no pasa nada. Su nómina estará asegurada a perpetuidad. Incluso si abandonan la política para dedicarse a labores más relajadas.

Veo un reportaje en el telediario sobre la alarma que se ha creado en Corea del Sur por los suicidios de escolares. No tengo claro si he escuchado que el año pasado, o tal vez el mes pasado, se mataron 150. Siempre resulta atroz y escandaloso constatar que esa prueba suprema de la desolación también la ejecutan los niños, a esa edad en la que presuntamente la vida no te ha machacado tanto como para que decidas quitártela. Cuentan que lo ha provocado la angustia y el estrés que les impone un sistema educativo abrumador, que no les permite dormir más de cuatro o cinco horas, en el que todo está regido por la competitividad. Y en nombre, imagino, de que sigue existiendo el día de mañana.

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