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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El salvador

Carlos Boyero

Después de esa noche hitchcockiana en la que los acosados deudores lograron al amanecer que la rocosa jefa del tinglado les perdonara provisionalmente la vida en nombre de sus amenazados intereses, percibo síntomas de euforia en Rajoy. El protagonista de ese farol que salió bien, al parecer fue Monti, ese tecnócrata italiano tan seguro de si mismo y empeñado en que el país que devastó con los votos del lúcido pueblo el sonrojante Berlusconi aspire a la supervivencia. Pero cuentan que Rajoy fue un secundario eficaz. Por supuesto, nunca sabremos qué se negoció allí, ni el precio que vamos a pagar los de siempre por ese respiro temporal. No es obstáculo para que los infinitos corifeos de los que dispone en los medios de comunicación el sonriente embustero destaquen las virtudes negociadoras de nuestro timonel.

Si a la estrategia genial del audaz y astuto Rajoy en esa cumbre tenebrosa, añadimos que esta noche el equipo de nuestra alma pueda demostrar que aunque seamos una ciudad en ruinas y sin murallas esperando el asalto definitivo de los bárbaros mercados, también somos capaces de ser campeones en algo tan popular como florido, es probable que ya no haya que esperar a los viernes para aplicarnos una nueva tortura, que eso ocurra todos los días, cuando lo decidan los patrióticos genitales de los que nos van a salvar del naufragio. Y aceptaremos ese castigo cotidiano con resignación cristiana, calladitos, lamiéndonos las heridas, sabiendo que si nos machacan es por nuestro futuro bien, porque los del medio y los de abajo fuimos muy malos al generar este desastre económico.

Televisión Española, esa finca tan jugosa que el orden natural de las cosas determina que sea posesión privada de los que toman democráticamente el poder político, ya ha sido tomada por los celosos guardianes de las esencias del PP. El derribo de unos informativos que han sido encomiables, que no desinformaban, que insólitamente se rebelaron contra su condición ancestral de Boletín Oficial del Estado, ya ha empezado. Vienen los legionarios de Aguirre en Telemadrid a demostrar para qué sirve una televisión pública como Dios manda. Cualquier espectador en posesión de neuronas puede optar entre el escalofrío o meterse los dedos en la boca. Y Rajoy, tan contento.

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