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Columna
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'The Artist'

David Trueba

Un montón de detalles mal interpretados conducen al diagnóstico equivocado. Un ejemplo es el caso de Andrés Iniesta. Por más que marcara el ¡gol! del Mundial y seguramente el gol más importante del Barça de los últimos años en Stamford Bridge, hay algo en él que descuadra a los mitómanos. Quizá sea imprescindible nacer en un lugar de más renombre que Fuentealbilla. O estar tostado por el sol o los rayos uva como síntoma de poderío en lugar de lucir palidez fotofóbica. Puede que también pese sobre Iniesta su Twitter tan popular, pero tan aburrido, donde siempre se felicita por los tres puntos conseguidos, pero nunca entra en celos y maldades sobre rivales y árbitros ni cuelga juergas ni romances. Hasta tal extremo se interpreta su discreción que casi siempre se le solicita para campañas blancas de publicidad, solidarias o de productos sin filo y, al contrario que a otros deportistas que en los anuncios se les asocia con modelos despampanantes, malabarismos imposibles o escenas de supervirilidad, a él se le emparejó con un oso amigable.

Iniesta es cine mudo, de habilidad chaplinesca y humilde exteriorización de las emociones en un mundo lleno de ruido y pose. Pero su presencia es clave. Si alguien revisa los peores momentos del Barcelona esta temporada, encontrará que coinciden con sus ausencias, incluido el partido mismo en el que se lesionó por última vez, en la vuelta de la eliminatoria de Copa con el Real Madrid, donde por primera vez, y tras su recaída, el equipo blanco fue capaz de aprovechar el vértigo de quien no tiene nada que perder para apabullar a su eterno rival. Pero antes, por ejemplo en sus dos últimas visitas al Bernabéu, Iniesta había mandado al psicoanalista a varios oponentes, que aún revisan lo que fue capaz de hacerles en la raya de banda o,. más difícil todavía, en la raya de fondo.

En Milán, en la previa a la vuelta de hoy, a Iniesta le faltó la travesura aniñada que nadie ha logrado defender hasta la fecha. El resultado fue un partido sin goles. Porque aunque a veces no se vea, Iniesta es el jugador que martillea el clavo donde otros cuelgan la obra de arte. Sin su escarpia no hay museo.

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