Cultura$
Cultura es una palabra rimbombante a la que se recurre para exigirte dinero. Si como dijo mi admirado Mencken el patriota es el tipo aquel que no se conforma con amar mucho a su país, sino que además quiere cobrar por ello, la cultura sería, aproximativamente, un tesoro personal e intransferible pero a costa del cual todo el mundo quiere sacar tajada. En un hermoso eco, se debería llamar Ministerio de Agricultura y Cultura, así cuando llegue el tajo seguro de los próximos presupuestos, podría corresponderle un pellizco de los más de cinco mil millones de euros que recibe anualmente de fondos europeos la actividad agrícola. Quizá no estén peor tratados los pepinos, con sus campañas de orgullo, que las personas.
Los recortes que se anticipan para el día después de las elecciones andaluzas concluyen en un tópico, que oímos referido a casi todo: tras la época de vacas gordas habrá que apretarse el cinturón. Asociar dos tópicos produce un tercer tópico aún más peligroso. ¿Vacas gordas para quién? Lo que muchos interpretan como derroche no fueron más que grandes infraestructuras culturales, multicentros enormes que siempre hemos denunciado como negocios que enriquecen a constructoras y concejalías, no al arte y la cultura. El último en Alcorcón, paralizado tras millones de inversión. ¿Inversión en cultura? No, salvo que un ladrillo tenga derecho a exponerse en el Prado entre Velázquez y Goya, que quizá.
Cuando se habla de industria cultural, y aún cuelga en la Red un repaso reciente en este periódico, nunca se valora el patrimonio no económico. Imagen de país, atractivo exterior, elemento formativo y, sobre todo, realización personal de sus habitantes. ¿Qué otra cosa puede ofrecer un país a sus indígenas? Las riadas de jóvenes que ven frustradas sus aspiraciones, tras dejarse los ahorros paternos en escuelas que prometen futuro donde solo hay desierto, son un símbolo de la precariedad general. Cuando a la gente le hablan de cultura identifica a un artista de éxito, por eso la palabra no sirve, porque señala un privilegio que nos han invitado a odiar. Un país no es pobre porque no destine dinero a la cultura, es pobre porque sus ciudadanos han sido animados a despreciarla, desestimarla y a no fomentar en sus jóvenes la capacidad de apreciarla.
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