Somos
Me voy a quedar solo con esta opinión, pero a mí me parece muy constructiva la división visceral de cada año en las conmemoraciones de los atentados del 11-M. A menudo, especialmente antes de perder el uso de razón con la edad y los estudios, me preguntaba cómo había sido posible que en un país como España, poblado de gente generosa y simpática, en un tiempo nada lejano se habían podido asesinar unos contra otros cono una saña criminal. Me parecía imposible que un país, capaz de adoptar y jalear a Torrebruno o Bigote Arrocet, pudiera haber sido presa del ensañamiento y la crueldad.
Más aún cuando la transición había sido un modélico ejercicio de convivencia y renuncia común. Gracias a la gresca vomitiva de cada año, donde se alcanza la grosera cota de insultar a la madre de un joven asesinado en los trenes sencillamente por no comulgar con las tesis conspirativas, los jóvenes españoles lo van a tener mucho más claro de lo que lo tuvimos nosotros. Tanto hablar de armar un relato común, ahora con respecto al final de ETA, pero sino somos capaces de tener un relato compartido de nada. Si aquí el santo patrón de la historiografía es Caín. La España de pedrada carece de un relato aceptado ni de la guerra civil ni de la guerra de la Independencia ni de la del Peloponeso. Mucha novela histórica, sí, porque a Jenofonte lo habrían quemado en la pira.
En esas se ha dejado zarandear el nuevo Fiscal General. Torres Dulce, a quien basta conocer un segundo para apreciar, tipo pulcro y razonable, ha comprobado que en España las películas realistas son siempre tragedias grotescas. Cometió un error cuando exigió que cesara la actividad el sosias que le había salido en Twitter colgando chistes inocentes sobre su cinefilia. Lean el estupendo artículo de Manuel Jabois titulado El caso Torres-Dulce en su blog de El Mundo y disfrutarán con la peripecia. Ahora habrá comprendido nuestro fiscal que siempre será mejor sufrir el humor punzante que no el abrazo interesado de los amigos fingidos. El 11-M ha sido pervertido por quienes lo asocian a una derrota electoral y no al dolor de un país. Aprovechemos ese penoso síntoma para comprender quiénes somos.
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