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Retrato de un anarquista árabe

Hisham Matar publica 'Historia de una desaparición', novela tramada sobre la ausencia de su padre, secuestrado por el régimen de Gadafi en 1990

Imagen tomada por Tim Hetherington, fallecido en Libia en abril
Imagen tomada por Tim Hetherington, fallecido en Libia en abrilTIM HETHERINGTON

El sol se ha abierto un hueco entre los lóbregos nubarrones del invierno londinense y derrama algo de luz y calor sobre la terraza del Holland Park Café. Las jóvenes señoras que constituyen el grueso de la clientela —con sus hijos, con sus perros o con sus hijos y sus perros a la vez— lo celebran con leves murmullos. Surgiendo de un sendero que discurre entre árboles desnudos y acometidos por la yedra, se acerca al café un hombre cubierto con un gorrito de lana grisáceo y un chaquetón igualmente anodino. Una ardilla lo esquiva mientras el rostro del hombre —redondeado, oscuro, cruzado por unas gafas— se va precisando. Debe ser Hisham Matar.

El hombre se presenta —parece tímido y cordial— y va a buscar un capuchino al interior del local. Es, en efecto, Hisham Matar, del que Salamandra publica en España su segunda novela, Historia de una desaparición (Anatomy of a disappeareance en la versión original inglesa). El libro cuenta en primera persona la historia de Nuri, un joven obsesionado con la desaparición de su padre, un aristócrata de ideas democráticas secuestrado por los esbirros de un innominado régimen totalitario árabe.

El periodista que le esperaba en Holland Park Café sabe que a Matar le gustaría que su novela fuera leída como eso, como una novela, con independencia de la personalidad del autor y de lo que le pasó a su padre; le encantaría que el lector la abordara “tan solo a partir de sus propias memorias, emociones y pasiones”. Pero el propio Matar es consciente de que ahora le resulta imposible encontrar semejante “lector platónico”.

“Intento conseguir el máximo impacto con el menor número de palabras”. “El inglés me da distancia, y por lo tanto la libertad precisa”

Ahora no hay modo de evitar conocer de antemano que el padre del novelista, el opositor libio Jabalia Matar, fue secuestrado en 1990 por sayones del coronel Gadafi en El Cairo, donde vivía exiliado con su familia, y trasladado a la siniestra prisión libia de Abu Selim, sin que desde entonces haya dado otras muestras de vida que alguna que otra carta que, al comienzo de su cautiverio, logró hacer llegar al exterior. Y sin embargo, Historia de una desaparición es una muy buena novela en sí misma: es corta, con la distancia exacta para contar lo que quiere contar, y está escrita con una prosa elegante que ha sido comparada por algunos críticos anglosajones con la de Nabokov.

“Intento conseguir el máximo impacto con el menor número de palabras”, dice Matar, “las palabras, por muchas que sean, no pueden igualar a las emociones, solo pueden evocarlas”. Esta novela comienza con esta estupenda frase: “Hay ocasiones en que la ausencia de mi padre resulta tan pesada como un niño sentado en mi pecho”. Matar cuenta que la frase le vino a la cabeza mientras caminaba y que enseguida se dio cuenta de que tenía “la música, el ADN, la lógica del personaje Nuri”.

Hisham Matar es la primera gran revelación internacional de la literatura árabe en esta década, de esa literatura que reivindica ante un mundo asombrado la existencia del individuo árabe. Robert F. Worth ha escrito en The New York Times que Matar “está muy bien situado para servir de embajador literario entre dos mundos encerrados durante mucho tiempo en la mutua ignorancia y sospecha”. Es una idea correcta: el autor de Historia de una desaparición nació en 1970, en Nueva York, donde su padre era diplomático, y pasó su primera infancia en Libia hasta que la familia tuvo que exiliarse a El Cairo, donde Jabalia Matar sería secuestrado en 1990. Desde entonces, Londres ha sido la ciudad de Hisham Matar, la ciudad donde estudió y ejerció la arquitectura, donde comenzó a escribir y donde vive con su esposa, una fotógrafa californiana. Perfectamente bilingüe en árabe e inglés, Matar ha escogido este segundo idioma para abordar sus dos novelas. “El inglés”, explica, “me da la distancia precisa, y por lo tanto la libertad precisa, respecto a aquello de lo que trato”.

Historia de una desaparición —le dice el periodista— no es un libro político o histórico en contra de lo podría parecer, es un libro sobre la relación de un hijo con su padre. Y este es uno de esos temas primordiales, porque, no sé lo que usted piensa, pero yo tengo la impresión de que uno nunca llega a conocer verdaderamente a su padre; cuando tu padre muere, te quedas con la desgarradora sensación de que nunca supiste quién era.

—Comparto esa impresión: uno nunca llega a conocer a su padre del modo que puede conocer a un amigo, tienes con él una relación tan íntima como misteriosa. Ahora muchos de los padres de nuestra generación están haciendo un gran esfuerzo por ser amigos de sus hijos, pero es muy difícil conseguirlo. Porque un amigo es aquel que tiene acceso a tus más íntimas vulnerabilidades y lo cierto es que uno no suele querer que su padre o su hijo tengan acceso a ese territorio.

—Esta novela comienza con Nuri, el protagonista, sintiendo una fuerte atracción por Mona, la joven que se va a convertir en su madrastra, en la esposa de su padre, que es viudo. Se produce una especie de sutil ménage à trois, ¿no?

—Es que me interesa mucho investigar sobre la masculinidad, sobre qué significa ser hombre —responde Matar—. En los últimos ochenta años, por razones correctas, por razones que yo comprendo y apoyo, el interés colectivo se ha centrado en averiguar qué significa ser mujer, como dando por hecho que ya sabemos lo que es un hombre. Pero no, no lo sabemos. Nuri se siente atraído por Mona de un modo inequívocamente masculino. Al comienzo de la novela, está en ese momento, el tránsito de la infancia a la adolescencia, en que las mujeres siguen viendo a los chicos como asexuados, pero ya no lo son, su sexualidad empieza a despertarse. Arranco, sí, con ese momento en la vida de Nuri, cuando compite de alguna manera con su padre por la atractiva Mona.

—Solo aquellos que han tenido la fortuna de no sufrirlo pueden tener la desvergüenza de reprochar a alguien que hable del efecto del totalitarismo en su vida personal. Así que, aunque su novela pueda leerse sin conocer su historia y la de su familia, permítame preguntarle por el paradero de su padre. ¿Han tenido noticias de él tras la caída de Gadafi?

—Ninguna definitiva, ninguna que permita cerrar el caso. Nos ha llegado alguna información nueva y tiene mal aspecto, con mucha probabilidad murió hacia 1996. Lo que hemos averiguado es que lo sacaron de la prisión de Abu Selim días antes de la matanza de reclusos disidentes de 1996. Pero no sabemos si fue ejecutado en el acto o llevado a otro sitio donde terminó muriendo pronto. Sus últimos momentos en Abu Selim fueron espantosos. Logró hacerle llegar una carta a un amigo y este, pese a que él le decía que no lo hiciera, la publicó. Entonces, el jefe de Abu Selim, un hombre terrible, torturó a mi padre para que confesara cómo había logrado hacer salir esa carta. Mi padre quedó destrozado, no podía ni ponerse en pie. Así que lo sacaron de Abu Selim y ahí se pierde su rastro.

A comienzos de marzo, Hisham Matar volverá a Libia, por primera vez en tres décadas, desde que su padre huyó de allí con su familia. El pasado año fue muy raro para él: le obligó a salir de la discreción en la que desea vivir y sumarse a la primavera árabe con multitud de artículos e intervenciones públicas. Se convirtió, a su pesar, en el portavoz en Occidente de la revolución libia. Y le dolió que cierta izquierda se opusiera al apoyo internacional a los luchadores contra Gadafi. “Yo también soy antiimperialista y antibelicista”, dice, “pero la argumentación que algunos daban en el caso libio no era robusta. Proponían la no intervención, pero sin ofrecer ninguna alternativa concreta. Volvimos a ver a esos intelectuales a los que no les gusta la tierra, que es siempre sucia y complicada, y prefieren vivir en el parnaso”.

Matar empezaba a resignarse a la idea de que jamás los libios ni el resto de los árabes iban a alzarse por su libertad y su dignidad, por eso lo ocurrido en 2011 en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria y otros países le resultó aún más maravilloso. “Los revolucionarios árabes”, dice, “han sido, y son, muy valientes, ya han logrado romper el muro del miedo. Tengo ejemplos en mi familia. Mi primo Izzo, de 22 años, murió en la liberación de Trípoli. Era estudiante de ingeniería, un buen estudiante, y se sumó desde el primer momento a la revolución contra Gadafi. Aprendió sobre la marcha a usar las armas y en la batalla de Misrata se hizo amigo de otro combatiente, Maruan, seis años mayor que él. Se hicieron inseparables. Formaban una pareja divertida: Maruan era alto y flaco; Izzo, pequeño y robusto. En las fotos que se tomaron juntos aquellos días se les ve siempre sonriendo. Maruan murió de un disparo en la batalla de Al Sintan e Izzo lo enterró en Misrata, donde se habían hecho camaradas. Él siguió luchando y fue de los primeros en entrar en Bab el Azizia, el palacio de Gadafi en Trípoli. Allí le alcanzó la bala de un francotirador. Vivió muy pocas horas más, lo suficiente para decir que quería ser enterrado en Misrata junto a Maruan. Su hermano Hamed cumplió el deseo de Izzo y, luego, volvió a luchar en Trípoli, donde fue herido en una pierna y en el pulmón. En marzo voy a verle. Hamed y yo hemos hablado muchas veces por teléfono, pero ahora voy a verle por primera vez en Libia”.

Desaparece el sol y Londres recupera su techo pizarroso. Un cuervo picotea unas migajas en la terraza del Holland Park Café. Ha llegado el momento de preguntarle a Hisham Matar por lo que sintió al ver las imágenes del linchamiento y muerte de Gadafi.

“Estaba en Nueva York, salí de la ducha y allí estaban esas imágenes en la televisión”, responde. “No me lo podía creer: yo había terminado asumiendo que no iba a sobrevivir a Gadafi, que este era de algún modo eterno. Así que lo primero que sentí fue una especie de gran vacío. Y luego me entristecí por el modo en qué había muerto. Muchos de los que iniciaron la revolución eran abogados y jueces, y su idea, compartida por mí y tantos otros, era que Libia se convirtiera en un Estado de derecho, un país donde predominaran la verdad y la justicia sobre la revancha y la venganza. Pero ese momento, la muerte de Gadafi, arrojó una sombra sobre el porvenir. Y lo que más me preocupa es que la mayoría de los libios piensan que, bueno, fue horrible, pero, qué diablos, Gadafi se lo había merecido”.

Historia de una desaparición no es una autobiografía, ni unas memorias, ni nada parecido, sino una novela. A diferencia de Nuri, bloqueado en la relación con el padre desaparecido, Hisham Matar sí que se ha reinventado: de joven quería ser poeta o músico, luego estudió y ejerció la arquitectura, después escribió dos novelas y el pasado año hizo de renuente portavoz extraoficial de la revolución libia. “Pero escribir novelas es lo único en lo que no me siento impostor, la novela es mi hogar”, dice. Por eso no aceptó el puesto en el Gobierno provisional libio que le llegaron a ofrecer. “Soy un escritor y siempre seré crítico, siempre pondré objeciones”, explica. “En cierto modo, soy un anarquista romántico, me siento más próximo a alguien como Juan Goytisolo que a los políticos de Libia. Mi abuelo luchó contra Mussolini y fue encarcelado por Mussolini; mi padre criticó al rey de Libia y a Gadafi, y ambos lo encarcelaron; quizá lo mío sea criticar ahora al nuevo Gobierno de Libia”.

Y, entonces, Matar suelta una carcajada, la primera en una hora de conversación, y su rostro brilla como una Luna llena en la oscuridad que se va adueñando de Holland Park.

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