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En la fijación colectiva por alejar la moda de lo disoluto, las flores juegan un papel curioso. Símbolo por excelencia del romanticismo, pierden por completo esa cualidad. De la mano del negro y blanco o de una cercanía con el encaje un poco perversa, se tranforman en un elemento mucho más agresivo, duro y gráfico. Alber Elbaz las hace crecer en su colección para Lanvin, siempre sobre negro, para ejemplificar su austera voluntad. Giambattista Valli demuestra un desconocido realismo en blanco y negro y Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli, en Valentino, las utilizan para dar un toque de maldad a sus etéreas creaciones en color maquillaje.
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